ALFONSO PALACIOS. INGENIERO INDUSTRIAL
Lunes, 24 de febrero 2025, 01:00
«No te victimices», cantaba White Zombie en la icónica canción 'More Human than Human', de su disco Astro-Creep. Con esta poderosa frase, el ... grupo plasmaba una visión sombría de un futuro dominado por lo artificial. Hoy, esta reflexión resuena más que nunca, ya que la inteligencia artificial (IA) se ha convertido en un debate candente en nuestra sociedad.
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Gran parte de la gente teme que la IA amenace su bienestar. Se le percibe como una fuerza que destruirá empleos, acabará con la creatividad humana y, en última instancia, cambiará nuestra forma de vivir. Y, aunque estos temores son comprensibles, debemos aceptar que estamos entrando en una nueva era, una era en la que la IA se integrará en casi todos los ámbitos de nuestras vidas, lo queramos o no. Y lo está haciendo a una velocidad vertiginosa.
Es asimismo cierto que esta transformación mal comprendida podría tener consecuencias profundas, no solo a nivel personal, sino también en ámbitos sociales, éticos y políticos. La brecha entre aquellos que tienen acceso a esta tecnología y quienes no lo tienen podría ampliarse, alimentando nuevas desigualdades entre las élites tecnológicas y las personas más vulnerables.
Además, está claro que la IA está tomando las ideas y los procesos humanos, sustituyéndolos por sus algoritmos y sus máquinas. Mientras las administraciones se atascan tratando de regular lo que resulta casi imposible de controlar, las personas debemos replantearnos nuestra postura frente a esta realidad. No se trata de victimizarse, sino de encontrar una forma de aprovecharla a nuestro favor: robar a los ladrones.
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Tal como lo señalaba el escritor y filósofo Baltasar Gracián en 'El Criticón', allá por el Siglo de Oro, existen momentos en los que se dan paradojas que invitan a la reflexión sobre la conducta humana, como es la de robar según qué a quién. Y si agregamos la perspectiva del historiador Yuval Noah Harari, quien sostiene que los avances tecnológicos no necesariamente nos han llevado a una mayor felicidad, la llegada de la IA podría ser la paradoja que nos conduzca a plantearnos un cambio de enfoque y dar el golpe.
¿Qué pasaría si lográsemos que la IA nos hiciera más humanos? ¿Y si, en lugar de ser víctimas de la tecnología, conseguimos que nos impulse a redescubrir lo que nos hace verdaderamente humanos?
En el pasado, la fuerza física era el motor de la productividad, y las máquinas llegaron para suplir esa necesidad. Ahora, la era que se avecina demanda inteligencia, y serán las máquinas, o, mejor dicho, la IA, la que asumirá ese rol. Pero, ¿qué ocurre si nos quedamos sin trabajo? ¿Si ya no dependemos ni de la fuerza física ni de la intelectual?
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Este escenario nos plantea una oportunidad única: repensar nuestro modelo social. Podríamos superar la concepción tradicional de trabajo como el centro de nuestra existencia. La humanidad, única especie que trabaja, debería reflexionar sobre el sentido real de la vida, más allá del sustento económico. Tal vez es hora de redescubrir la importancia de la cultura, las artes, la vida comunitaria, las interacciones humanas y el disfrute de la naturaleza. Es momento de reconectar con lo que realmente somos.
Es cierto que el trabajo no desaparecerá por completo, pero su concepción cambiará. Algunos continuarán dedicándose a labores que encuentren significativas, ya sea por vocación, por realización personal o por un propósito colectivo. Para ello será fundamental establecer mecanismos que aseguren la redistribución justa de los recursos y la democratización de los beneficios tecnológicos.
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El reto, entonces, será pensar en una transición en la que los empleos no sean el único eje de nuestras vidas. La IA podría convertirse en una herramienta que no solo sustituya, sino que impulse nuestra evolución. La creatividad, los vínculos afectivos, la innovación y el crecimiento personal podrían convertirse en el centro de nuestra existencia, dejando atrás la lucha por la subsistencia como nuestro 'leitmotiv'.
Si el trabajo deja de ser la principal preocupación, tendremos la oportunidad de reflexionar sobre el propósito más profundo de nuestras vidas. Habrá más espacio para la filosofía, la espiritualidad, el activismo social y otras formas de buscar un sentido trascendental. Podremos dedicar más tiempo a cuestiones que van más allá de la producción material, como la justicia social, la preservación del medio ambiente y la construcción de un mundo más justo y equitativo. Un mundo mejor.
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Ahora bien, si queremos ir en esta dirección, debemos actuar rápidamente, porque, en pocos años, nuestras vidas, de esta forma o de otra, habrán cambiado inexorablemente.
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