Es imposible sustraerse, justo al final de la Semana Santa, del Domingo de Resurrección que hoy celebramos. El mensaje potente de alegría y felicidad, tras la tristeza de la pasión y muerte de Cristo. Ese que en múltiples representaciones hemos visto por nuestras calles y ... que, ante la crueldad, la sinrazón y la injusticia, tanto nos ha conmovido. Pudorosamente llamamos tradición religiosa a lo que finalmente es pura celebración general de fe y esperanza y en la que se mezclan la explosión de emociones estéticas, los recuerdos y la nostalgia, la trascendencia y el recogimiento. Cierto que unos se recogen más que otros y que nuestra parafernalia humana es tan compleja que en las sociedades desarrolladas se acaba por resaltar más el ocio que la trascendencia, pero es innegable su presencia. Porque es innegable también la conquista del espacio por el Nuevo Testamento como esencia o pretexto cada cual sabe.
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Tras dos años seguidos de pandemia oficial y cierre, este año la afluencia de turistas propios y ajenos ha multiplicado generosamente su incidencia sin nada que envidiar a lo registrado en 2019. Sin miedo a errar, hay que decir que la actividad económica -esa que crea empleo y prosperidad- ha multiplicado sus largos brazos. Todo ello sin dejar de lado la inflación galopante, el encarecimiento del precio de la energía, el aumento inocultable de los impuestos y tasas de un gobierno realmente voraz, la huelga del transporte ya finiquitada y la guerra de Ucrania -suspiramos por su inmediato final-. Mañana lunes de Pascua será fecha de contracción y vuelta a una cierta normalidad que nos dará de bruces con los inconvenientes, la realidad siempre está repleta de ellos. Es así, somos capaces hasta de aplazar la enfermedad, será el tener henchido el corazón o quién sabe qué será, esa cierta magia que finalmente forma parte de nuestra existencia y que muchos negarán desde su racionalísimo teclado, pero que haberla, hayla.
Es domingo de Pascua de Resurrección, la fiesta central del cristianismo, se celebra durante 50 días -hasta Pentecostés-, y este año coincide con la Pascua judía, Pesaj o Séder. Al fin, la relación entre ambas religiones no es sólo coincidencia, sino pura causalidad y, aunque unos buscan llegada y resurrección y otros las tienen, sus cuitas son las mismas y Dios también.
Los huevos de Pascua -de azúcar en su tiempo y hace cinco siglos de chocolate- son símbolo de esta alegría en España, Alemania, Austria, Suiza, Rumanía, Bulgaria, Eslovaquia, Chequia, Italia, Francia, Portugal, Argentina, Brasil, Estados Unidos, Bolivia, Chile, Uruguay y hasta México. En los países de religión ortodoxa (Rusia y Ucrania, entre ellos), con algunas diferencias, también se intercambian o regalan huevos de pascua.
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No perdamos un instante, mañana los huevos de Pascua serán el símbolo, el bello presente que obsequiar a los que queremos como muestra de alegría y de nuestros sinceros deseos de salud y paz. La muestra de que lo causado trasciende y de que somos herederos de todo lo mejor que la humanidad ha sido y es, ha creído y cree, con absoluto respeto a todos. Es urgente la paz.
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