Hace años leí que los médicos no querían trabajar en Ibiza. Una isla paradisíaca, un sueldo y unas condiciones de trabajo bastante razonables para la media parecían condiciones idílicas para un galeno joven en paro. No contábamos con que, cuando no están de guardia en ... el hospital, los doctores también necesitan un lugar donde dormir, guardar sus cosas y tener un mínimo de intimidad. Y resulta que en Ibiza no hay forma humana de alquilar una vivienda. Al final, pierden los ibicencos, que tienen servicios de peor calidad.
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Volamos de vuelta a Málaga. Este verano faltan para trabajar hasta 25.000 profesionales sólo en el sector servicios en la Costa. Supongamos, que es mucho suponer, que todos los camareros ganen como mínimo los 1.400 euros del convenio. Los desempleados con residencia en la capital y en los núcleos de la Costa del Sol ya han dejado claro que a ese precio no están dispuestos a dejar de sellar en el SAE. Bien porque por edad ya no se ven capaces; bien porque tienen perspectivas de encontrar algo de lo suyo, o al menos en un sector que sea menos exigente en cuanto a dedicación y renuncia personal y familiar; o bien porque realmente no están parados, o no están dispuestos a trabajar y sólo siguen inscritos por las ayudas públicas, que ese es otro debate. Habría que ver cuántos saldrían corriendo a presentar el currículum en todos los chiringuitos si les cortaran la paga.
Queda el recurso de buscar a trabajadores fuera, como tienen que hacer desde hace décadas nuestros primos de Baleares. Tal y como está la situación, con ese sueldo es materialmente imposible que el interesado consiga alquilar un piso y que le quede algo para comer, ni en Málaga ni mucho menos en Marbella. Con suerte, una habitación en un piso patera. Es verdad que en los pueblos del interior la vivienda es mucho más barata. Pero a la distancia tendría que sumar las colas en la autovía de la Costa para ir y venir a trabajar. A nadie le apetece pegarse más de una hora de ida y otro tanto de vuelta cada día, más el dineral en gasolina.
Por primera vez en la historia no son los trabajadores los que tienen que mendigar un jornal; sino que le toca a los empresarios ser imaginativos y competir por tener a los mejores profesionales, que, lógicamente, se irán con el que los trate bien. No es sólo cuestión de mejorar los salarios, que también, sino de ofrecer un descanso de calidad; horas extra bien remuneradas y una ayuda para acceder a un alquiler, al menos a una habitación, mientras dure la temporada alta. Situaciones como esta van a servir para demostrar quién es un verdadero empresario de la hostelería, y quién está en este negocio sólo para timar a los guiris con las paellas precocinadas.
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