Federico Romero Hernández
Fue Secretario General del Ayuntamiento de Málaga y Profesor Titular de Derecho Administrativo de la UMA
Martes, 4 de marzo 2025, 01:00
Que el poder político lo ostente alguien que sea un mercader, para provecho propio, es una constante a través de toda la historia. Cuando estudié ... el tema de la especulación urbanística, descubrí que Francisco de Sandoval y Rojas, el primer Duque de Lerma, que era quien concentró mayor poder político del Imperio Español del Siglo XVII -y que tenía entretenido a Felipe III con 'días de vino y rosas'- fue un gran especulador que prácticamente compró toda la Villa de Lerma a los campesinos de alrededor de su palacio y que luego vendió, una vez transformadas en parcelas y edificios, a los cortesanos deseosos de la proximidad del monarca y su Valido, que no en vano era Sumiller de Corps, tanto por las fiestas que allí daba como por el hecho del traslado temporal de la corte de Madrid a Valladolid que él propició.
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Pero no vengo a hablar de Historia, aunque estos hechos se repitan a través de toda ella, sino de la trascendencia geopolítica del actual acontecer en un mundo donde los intereses económicos privan sobre otros valores. El Sr. Trump es un mercader que, desde la Casa Blanca, regenta no ya un organismo protector de las democracias, sino un mercado cuyos frutos deben ser para los americanos y, con ello, para su jefe. El video publicitario del proyectado resort Gaza/Trump es un ejemplo, tan torpe como deshonesto, de estos propósitos, precisamente en una franja que ha sido un lugar para tanto sufrimiento. No sabemos si la guerra de los aranceles acabará siendo perjudicial para todos, pero de momento, como buen negociador acostumbrado a los chalaneos, pone un alto listón para, a partir de las eventuales rebajas que se puedan producir, no perder demasiado en la contienda. Detrás del corte de las ayudas a Ucrania, sin importarle lo que le ocurra a la Unión Europea, está detrás el que ellas hayan de 'mojarse' más en dichas ayudas. También resarcirse de las subvenciones, que no préstamos, como quería reivindicar, obteniendo concesiones en las tierras raras a la hora de negociar en un eventual 'tratado de paz'. Porque, en esta lucha de 'intereses para los americanos', hay algo de verdad, respecto al ancestral comportamiento histórico de dicho país, que desarrolla el periodista John Müller en su artículo 'Trump y Europa: valores o intereses'. Hay un patrón histórico de los Estados Unidos de América en el cual, enarbolando la bandera de la democracia, las barras se encaminan hacia el provecho propio y las estrellas brillan solo para los de dentro.
Todavía recuerdo cómo, en mis estudios de verano de la Universidad Hispano-Americano de la Rábida, pude conocer la etapa en que las grandes Compañías americanas, como la 'United fruits' -llamada 'el pulpo'- se llevaban lo mejor de las frutas de Centroamérica a la par que inventó la expresión, que hizo fortuna, de 'las repúblicas bananeras', y que ya en el Siglo XX se constituyó en una formidable fuerza política y económica que influía en gobiernos y los creaba o los cambiaba a su antojo. Para ello utilizaba lo que Roosevelt denominó el Gran Garrote, fomentando la subversión, si era necesario, y los sobornos y la propaganda. Todavía veo en mi mente la canción 'chiquita banana', que interpretaba Carmen Miranda que mecía sobre su cabeza un buen porte de frutas con plátano incluido, mientras movía sus caderas. La técnica era tan simple como la empleada por el de Lerma. Comprar grandes extensiones a bajo coste, para explotarlas y producir pingües beneficios pagando salarios bajos. Todo ello arropado por una magnífica red de transportes: ferrocarriles por tierra y la gran 'flota blanca' por mar. El Gran Garrote también sirvió para que no hubiera problemas en la construcción del canal de Panamá, país que ha atrapado otra vez la atención expansionista de Trump, como es sabido.
Porque ese 'América para los americanos', que tanto gusta al presidente electo, incluye no solo al propio país sino su área de influencia en toda Hispano-América. Desde el invento en 1850 de la 'Doctrina Monroe', la filosofía de la creación de las áreas de influencia, en el que el país más poderoso determina la política de los más débiles, es la idea que está presente en ese: 'Ménage a trois geopolítico' del que ha hablado el periodista Pedro Rodríguez, en el que los Estados Unidos, Rusia y China, constituyen un G-3 de nuevo cuño, aunque sin saber cuánto durara, con un reparto («vamos a llevarnos bien», tan inestable como peligroso) de grandes áreas del planeta en el que el ninguneo de Europa, resulta patente y patético.
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Y precisamente es Europa -que empezó funcionando como un 'mercado común', recordémoslo- la que debía ejercer un papel importante en este nuevo orden mundial que parece solo consiste en un juego de mercaderes. Pero como avisó en su día Ratzinger, en su 'Mirada a Europa', la preocupación, casi patológica, por la integridad física y la defensa común y por la economía, ha hecho que olvide que su verdadera grandeza, y también su fuerza, solo puede estar en la superación de los Estados aislados que la constituyen, «promoviendo una racionalidad, en la que más allá de saber y poder, no olvida lo más alto que posee: ser la percepción de lo eterno, el órgano para Dios», en palabras del fallecido Benedicto XVI.
Europa ante el comportamiento de Trump en su entrevista con Zelenski, que acabo de ver, tiene el difícil y delicadísimo papel de mediar para que la racionalidad diplomática se recupere. En caso contrario, no quiero pensar en las gravísimas consecuencias que puede tener para nuestro planeta.
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