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La 'Super Bowl' es una de esas citas de nombre rimbombante y actividad algo exótica -American Football- que celebran los estadounidenses y cuyo eco y brillo invaden nuestro conocimiento casi sin quererlo. Se trata de la gran final liguera profesional de ese -allí- popularísimo deporte, derivado del rugby inglés, que nació hace ya más de cien años y que se practica muy escasamente en el resto de países del mundo. Comoquiera que USA suele hacer sus cosas muy a lo grande, la Super Bowl se ha convertido, desde 1967, en la retransmisión televisiva con más audiencia de cuántas se llevan a cabo y es tradición que muchos músicos actúen en la ceremonia previa al partido y durante el descanso gestando la franja publicitaria más cara del año. Pues bien en la fiesta más genuinamente estadounidense del 2 de febrero de 2020 las artistas elegidas para protagonizar con su arte el descanso de 30 minutos de la Super Bowl fueron dos latinas, dos hispanas, la neoyorquina de origen puertorriqueño, Jennifer López y la colombiana de Barranquilla, Shakira. Ambas artistas brillantes, muy exitosas, polifacéticas, grandes cantantes y extraordinarias bailarinas, seguidas en todo el mundo, durante algo más de 14 minutos pusieron a bailar a un estadio y a más de 100 millones de espectadores. Shakira y Jennifer López marcaron esta cita en el Hard Rock Stadium de Miami siendo las auténticas ganadoras de la final. Como dijo Alejandro Sanz, ambas juntas no logran la perfección, la desbordan. Shakira, por cierto, inició este halft -time diciendo: «hola, Miami». Fue una final salpicada en español.
El mundo nos mira ávido de espectáculo y sabiduría, Jennifer es estadounidense, latina, hispana, Shakira es colombiana, vive en Barcelona y las dos son universales, la lengua española se desparrama en sus actuaciones inevitablemente. Cultura americana en inglés, el español a borbotones presente en toda la actuación, danza africana en el waka waka futbolero del Mundial de Suráfrica, los gritos de las mujeres árabes, todo un show mestizo y por eso mejor y a la altura. Nada hay que sea unánime y puristas blancos aterrados con la preponderancia latina se quejan de la invasión hispana, los invasores invadidos con justicia poética, pero es irreversible. Una mirada al centro y al sur de América es necesaria e inevitable, una mirada con respeto. Es la mirada de la admiración y la democracia, porque no hay mayor respeto a todos que la democracia.
En España, que apenas jugamos al fútbol americano, reside una gran responsabilidad y nuestra alianza con el mundo hispano va mucho más allá de un tratado temporal o cualquiera otra circunstancia o sucedido. Es por ello que no se puede respaldar a dictadores ni hay conveniencia digna que pueda justificarlo. En Venezuela Juan Guaidó representa la limpieza y los deseos de libertad de su pueblo, Maduro y Delcy Rodríguez exactamente lo contrario, la mentira, la violencia y la apropiación. Los últimos sucesos no aclarados, puede que nunca se revelen en toda su realidad, nos han llenado de vergüenza. Lejos de ser la nación que lidera la traslación al mundo de la justa lucha de los venezolanos, nuestros gobernantes callan azorados porque no pueden justificar lo que apoyan. La grandilocuente expresión de pedir al viento elecciones libres se ve cruelmente emborronada porque el administrador del acto crucial de la democracia no puede ser el tirano Maduro. Un gobierno débil e hipotecado por los costados por su insuficiencia aritmética debiera tener otros inconvenientes, pero nunca la indignidad. Demasiados interrogantes se mantienen en el encuentro de Barajas y en sus llamadas telefónicas. Sobre todo porque en esta cita opaca se estaban atropellando los derechos de los venezolanos y no hay mentira suficientemente sofisticada para taparlo. De las decisiones acertadas o no -de todo habrá- que el gobierno de Sánchez toma o vaya a tomar la peor y más grave responsabilidad es y va a ser consentir, tolerar y alentar, a Maduro y sus hampones.
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