Historia de un quiosco
INTRUSO DEL NORTE ·
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INTRUSO DEL NORTE ·
En otro tiempo, los quioscos eran la biblioteca de AlejandríaSe ha ido en silencio. Me llamaron para contarlo y no lo quería creer. Se me ha ido Nazario en el día del vendedor de ... prensa en una burla, una más, del destino. Y no, no quiero creer que Nazario, quiosquero emérito de Pedregalejo, se haya ido para siempre. Porque con él aprendimos el valor de la palabra escrita y diaria. También la amistad rayana al amor. Porque su quiosco era un puesto de Información y Turismo allá donde calle Valera desemboca en la larga carretera a Barcelona.
Pero sí, Nazario ha muerto. Y con su muerte se va quedando Málaga más fría y más gris; como en la canción de Aznavour. Con su pérdida, mi memoria echa a andar hacia atrás y a recordar a otros amigos, amigos de esta casa, que también llevan rumbo de eternidad: Pedro Aparicio y Pablo Aranda, a quienes me cruzaba no pocas veces en la puerta de ese quiosco que era más que un quiosco. Acaso un lugar en el que nos educamos en la palabra escrita y diaria mientras el barrio, tan callado, iba del corazón a sus asuntos.
El niño periodista que era yo, con su mirada amiga y cómplice, leía con cuidado el periódico de la burguesía catalana y hasta la gran revista de exclusivas y desnudos. Después fuimos creciendo y las moras de chucherías derivaron en cervezas que guardaba, frías, en una nevera de cuando le pusieron el quiosco de obra con toma eléctrica. Entonces el tiempo se detenía, Riverita compraba todo lo publicado; alguna vez le ayudábamos con los albaranes si venían mal por algún error informático mientras por detrás pasaba el 11, cuando el 11 roncaba bajándonos a Málaga.
Nazario cerró el quiosco hace unos años, y se jubiló merecidamente para ir y volver del corazón a sus asuntos; de Pedregalejo a su pueblo de Cáceres, cerca de Palencia y donde da la vuelta el camino. Nazario nunca me habló de la eternidad, pero en su mirada de hombre tranquilo y bueno se iba ganando el Cielo en tanto que el barrio entero le pedía fiada la minucia tan cara del tabaco. Y por allí desfilaban Pepito, el vagabundo del cine de Los Galanes o el Karateca del loquero, y entre ambos le daban surrealismo a un barrio residencial que es de natural aburrido.
Alguna vez te he hablado, lector, de Nazario. De las largas tertulias con Gerardo y con él sobre lo humano y lo divino mientras Gerardo, sí, le iba echando un ojo a las revistillas del corazón. Se me ha cerrado un tiempo así, a tenazón, en el que fui verdaderamente feliz. Sólo espero que la eternidad le sea grata y que Carolina, su viuda, reciba aquí el abrazo de sus lectores y amigos. Porque un quiosco, antes de la era de Google, era lo más parecido a la biblioteca de Alejandría.
Nazario, el quiosco... Aquel paraíso.
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