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LORENZO SILVA
Martes, 16 de octubre 2018, 07:41
No acaba uno de estar muy seguro de que sea el hito más sobresaliente en la larga trayectoria del astuto primate al que los antropólogos conocen como 'homo sapiens sapiens', y que viene a ser el recipiente de eso que damos en denominar humanidad. Tal vez tenga algo más de trascendencia, sin irnos muy lejos, la aportación de esas dos sectas orientales cuyos adeptos se dieron a sí mismos el nombre de cristianos y musulmanes, respectivamente, o antes de ellos la filosofía griega y el derecho romano. Con todo, la Hispanidad no es un acontecimiento irrelevante en el devenir histórico; entre otras cosas, por su capacidad para acumular la herencia de todos los susodichos y alguna otra. Sea como fuere, en lugar de hacer con ocasión de la Fiesta Nacional alardes hiperbólicos sobre la gloria que nos toca a los actuales depositarios de lo hispano -un ejercicio que sólo sirve para cosechar de entrada un titular y a renglón seguido un alud de memes- más nos valdría en la presente coyuntura proponer alguna manera de revitalizar y hacer más funcional y provechoso el concepto. Con ello, de paso, propiciaríamos que la fecha de su celebración fuera un día de encuentro y solidaridad entre todos los que participamos de la Hispanidad, antes que la cita casi obligada para arrojarnos a la cabeza opresiones, felonías y agravios; reales o imaginarios, que a efectos de arrearse tanto da y hasta la experiencia demuestra que con las patrañas se atiza más duro y con más saña que con la lisa y llana verdad.
La Hispanidad es hoy un territorio tan vasto y sugerente como mal avenido y peor estructurado. Los foros de encuentro entre los distintos Estados que hoy administran su legado no brillan por su eficacia ni por su capacidad resolutiva, sino más bien por una propensión harto fatigosa a la retórica hueca -y a menudo, barata- que desemboca una y otra vez, de forma nada sorprendente, en la más pertinaz inoperancia. Por otra parte, las comunidades que gestionan el núcleo original del fenómeno, y que forman esa fracción de la península Ibérica más la suma de islas, peñones y plazas a la que muchos llamamos España -y algunos otros, con desdén burocrático, el Estado español-, poco contribuyen a construir un espacio inclusivo y amable por todos los que lo habitan. Los administradores de unas se empeñan en hacer notar sus peculiaridades por encima de todo, y los de otras en afirmar su hispanidad por vías folclóricas, dudosas o en la atrabiliaria confrontación con los tibios y los escépticos. Nos urge reinventar esto que notoriamente somos todos, a pesar de los amigos de la discordia; esto que por igual se nutre del moro Averroes, el castellano Cervantes, el catalán Rusiñol o el vasco Elcano, entre tantos otros. Esto que mereció la pena, a pesar de todo, y que muy bien podría seguirla mereciendo.
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