Hay héroes, y empezaron a salir cuando la pandemia. Como los que han aguantado la tormenta del sanchismo liberticida («oiga, Nieto, no le compre el ... discurso a Vox y cante algo por Mairena» ) y como todos aquellos que ahora saben de Afganistán 'cantidubi'. La cosa es que cuando sacaban las pobres familias de Kabul a los bebés como en un partido de voley-playa, yo pensé qué narices era Occidente y qué carajo era eso de la OTAN del mismo modo que Pujol se preguntaba qué era eso de la UDEF. Seguro que Occidente no es las babuchas esas caras del Narciso Presidente, ni tampoco los tertulianos que pontifican en TV sobre la libertad en 'prime time' ante un público borrego. En Torrejón hacía calor cuando llegaron por justicia nuestros afganos. Y se contó. Pero el héroe es Gabriel Ferrán, para el que, ya, todas las medallas son ociosas. Ahí, cesada, tienen a la mejor España y sólo frente al sanchismo vivirán los diplomáticos dignos.

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Porque para ver la ignominia yanki (y es que Biden era lo que era para el catecismo progre) hay que mirar Afganistán aquí y ahora. Afganistán era España hace poco, y hace no tanto. Y sé que por las fuentes hídricas los británicos y los americanos, aparte lo militar, tienen oscuros intereses que con dos lecturas salen a la luz. Y por ahí se han escapado fondos que podrían habernos hecho de pantalla frente al Covid y frente al terrorismo, pero Biden, el senecto, el Biden de sus bombas, de sus ictus y sus mujeres, nos decía otra cosa y engañó a media Europa. Afganistán es una Alpujarra multiplicada donde jamás entraron ni la Cruz ni los pueblos civilizados. O sí. Desde los soviéticos a los yanquis: y nadie puso ahí tranquilidad porque son feudales, anquilosados y tan o más desconfiados como un país que yo me sé. Luego estamos los que somos montañeros y sabemos un poquito de Geopolítica y vemos, a la distancia triste, todo ese mamoneo diplomático de aviones cuando sólo hay una solución: bombas a los bárbaros en los puentes, en las barbas. En todo. Un afgano me contó ayer, en ABC, su tragedia. Me dio libros de un Kabul en el que no existían los guardianes de la moral.

Cuento lo mío, claro. El afgano recitaba a Lorca en persa y hacía, con la mirada y con las muñecas, un gesto que significaba «libertad» con un polo de rugby de esas islas polares bajo soberanía británica. Pero Paula Sánchez y y Gabriel Ferrán merecen un monumento. Y lo merecen cerca del de Rubén Darío y donde se vea el mar. Aquí en Málaga.

Sabemos quiénes somos; como el persa que me dijo que España o mira a Oriente o no será. Y luego está lo de Gari, que siendo peruano y emprendedor, quiere ir allí a ayudar. Al aeropuerto de Kabul.

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