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Hacerse trampas al solitario
CARTA DEL DIRECTOR ·
La película 'No mires arriba' satiriza sobre un sistema que brincaentre la frivolidad y la estupidez y una sociedad que prefiere una mentira a una verdad que cause dolorSecciones
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CARTA DEL DIRECTOR ·
La película 'No mires arriba' satiriza sobre un sistema que brincaentre la frivolidad y la estupidez y una sociedad que prefiere una mentira a una verdad que cause dolorEn una de las muchas conversaciones navideñas me preguntaron sobre la película de la que todo el mundo habla: 'Don't look up' (No mires arriba) y mi conclusión es que, salvo por el cometa y los dinosaurios, la realidad siempre supera a la ficción. ... Con eso, creo, está todo dicho.
En esta película, el director Adam McKay coloca durante más de dos horas a la sociedad actual frente a su espejo y me temo que nadie puede terminar de verla sin una sensación de inquietud y desazón. Para aquellos que no la hayan visto, el argumento trata sobre un equipo de científicos que descubre el inminente impacto de un meteorito del tamaño del Everest contra la tierra y cómo los gobernantes y políticos, los medios de comunicación y los propios ciudadanos afrontan la destrucción del planeta brincando entre la frivolidad y la estupidez. Trata de ser, y en mi opinión lo consigue, una sátira ácida del sistema, del micromundo político, mediático y de las redes sociales, en el que cualquier cosa, hasta la propia desaparición de la humanidad, se supedita a los intereses particulares del poder bajo criterios demoscópicos, se polariza y se reinterpreta. 'Don't look up' nos presenta una sociedad convertida en gigantesco espectáculo y sometida siempre a la tiranía del 'mainstream' y a los objetivos de máxima audiencia, máximo impacto en redes sociales y máxima rentabilidad política y económica. Y lo cierto es que cada una de las escenas delirantes de la película nos traslada irremediablemente al mundo real hasta sorprendernos con pavor de las enormes similitudes. La manipulación del discurso y de la propia realidad para adaptarla a lo que en cada momento interesa: hay que darle a la gente lo que le gusta oír.
Por eso los populismos, como el de Meryl Streep en el papel de presidenta del Gobierno, han arraigado en todo el mundo y en todo el espectro político, desde la izquierda a la derecha más radical. Y en muchos medios también. Porque el engaño y la mentira, o eso de las medias verdades, se han instalado de tal forma en los discursos que ya es difícil detectarlas sin confundirlas con la verdad y la honestidad. Mentir es gratis, así de claro. Basta echar un vistazo a la hemeroteca de nuestro país para comprobar con rubor y vergüenza ajena la cantidad de patrañas y mentiras. Y lo más peligroso es que apenas tienen coste para la credibilidad y la honorabilidad de los políticos. Hoy, cuando se escucha a algunos dirigentes decir ante una cámara «nunca jamás» o «no es no» («Qué parte del no no entiende usted») hay que asumir que lo que está realmente pensando es que nunca será siempre y no será sí cada vez que convenga. Y que salga el sol por Antequera.
De esto tenemos mucha culpa los ciudadanos porque aceptamos que así sea. Gran parte de la sociedad no quiere que le cuenten lo que no quiere escuchar; prefiere que le engañen a que le digan la verdad, como si viviéramos instalados en una arcadia feliz. Hasta el razonamiento más surrealista puede ser aceptado si se lanza en el momento oportuno y en el lugar adecuado. Y los políticos se han dado cuenta y por eso nos dicen lo que esperamos escuchar, aquello que nos reafirma en nuestras ideas o en nuestras ideologías, lo que nos da la razón aunque no la tengamos. Es como hacerse trampas al solitario. Se trata de alimentar al monstruo de la confrontación porque, de esta forma, la máquina del sistema sigue funcionando.
Por eso hoy tiene más éxito quien habla que quien piensa, quien convence que quien discrepa. Los intelectuales, los pensadores o los filósofos solo interesan a unos pocos, porque nadie quiere a los que, precisamente, le colocan frente a su espejo. La verdad duele y la sociedad de nuestro tiempo no soporta el dolor.
Pero no todo está perdido, no todo es tan pesimista. En esa conversación sobre 'Don't look up', una mujer muy sabia me llamó la atención sobre el mensaje del científico Randall Mindy, interpretado por Leonardo DiCaprio, cuando reflexiona instantes antes de que todo salte por los aires: «El caso es que, en realidad, lo teníamos todo». Y no se refería a la fortuna o al poder, sino al simple gesto de hacerse un café y comerse una tarta de manzana que recuerda a la niñez. Al final, como siempre, todo es mucho más sencillo.
Lo grave no es que el mundo en el que vivimos se vuelva cada vez más idiota, sino que perdamos la capacidad de darnos cuenta de ello, de indignarnos, de enfadarnos y, en definitiva, de rebelarnos. Quizá, la lista de propósitos por el nuevo año debería comenzar por uno mucho más sencillo que ponerse en forma, adelgazar o aprender inglés: que no nos tomen por tontos. Feliz 2022.
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