Niños en guerra, la nueva normalidad
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El mundo sufre el mayor número de conflictos desde la Segunda Guerra Mundial, lo que provoca un impacto devastador sobre la población infantilEl foco ·
El mundo sufre el mayor número de conflictos desde la Segunda Guerra Mundial, lo que provoca un impacto devastador sobre la población infantilSe llama Sila. Tiene 4 años. Vive en Gaza. Dediquen unos segundos a su enésima búsqueda del día en internet y descubran su historia. Un poco de espóiler: Sila perdió su pierna derecha después de que su casa fuera bombardeada, también perdió a su madre, ... a su padre y a sus tres hermanas, Saba, Farah y Laila. En agosto del pasado año se refugiaba en una escuela con sus abuelos, tíos y tías, escuela que ha sido bombardeada en los últimos meses. Ignoro que habrá sido de ella.
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Farida es madre de 8 hijos. Vive en Sudán. El pasado mes de agosto se encontraba en un espacio seguro de Unicef. Llegó allí en medio de la brutal guerra que asola el país africano y que ha provocado una situación dramática con más de 24 millones de personas que padecen altos niveles de inseguridad alimentaria aguda y cientos de miles de niños y niñas que corren un riesgo significativo de morir. En los últimos meses la situación ha empeorado, no sé si Farida y sus hijos habrán podido esquivar el hambre, las enfermedades y la muerte.
En mayo de 2022 conocí la historia de la Farhana. Vivía con sus padres Karim y Nasrin en un campo de refugiados en Herat, Afganistán, agotados por el deterioro de la situación humanitaria en el país, la escalada de violencia y la inseguridad alimentaria. Tras un negocio que no salió bien, su acreedor les hizo prometer que entregarían a Farhana como novia infantil para saldar la deuda contraída. «Ese día me arrancaron un trozo de corazón», contó Karim a Unicef. Farhana tenía 5 años. Por fortuna, se consiguió convencer al acreedor de que no se llevase a la pequeña, bajo la promesa del pago de la deuda. Han pasado dos años y medio y, como en las historias anteriores, ignoro que habrá sido de Farhana.
Sila, Farhana y los hijos de Farida viven en algunos de los peores lugares del mundo para ser niño: Gaza, Afganistán y Sudán. Sus historias se repiten en una triste lista de países que se ha hecho casi interminable a lo largo del recién terminado 2024: Haití, Siria, Yemen, Líbano, Libia, Myanmar, Ucrania, República Democrática del Congo, Somalia, Nigeria, Mali, Sudán del Sur, Burkina Faso, República Centroafricana…
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Vivimos en un contexto humanitario muy complejo, eso ya lo saben los lectores, que deja unas cifras dramáticas, eso quizás se lo puedan imaginar, lo que quizás no sepan es que hoy el mundo experimenta el mayor número de conflictos desde la Segunda Guerra Mundial. Se calcula que más de 473 millones de niñas y niños –más de uno de cada seis en todo el mundo– viven actualmente en esas zonas de guerra. Esta situación provoca un impacto sobre la infancia que ha alcanzado niveles devastadores y sin precedentes. Sus derechos se ven sistemáticamente vulnerados en este tipo de situaciones. Un número récord de niños y niñas han muerto o han resultado heridos, se han visto obligados a abandonar la escuela, no han recibido las vacunas esenciales o padecen graves niveles de desnutrición. Además, se prevé que las cifras sigan aumentando.
Pero hay más: la situación de las mujeres y las niñas es especialmente preocupante, con denuncias generalizadas de violencia sexual en situaciones de conflicto; la desnutrición infantil en esas partes del mundo ha aumentado a niveles alarmantes; por no hablar del impacto sobre la salud mental o la destrucción de infraestructuras educativas.
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Unicef lleva casi 80 años trabajando para mejorar la vida de los niños y niñas afectados por todas las guerras. De hecho, nació para atender las necesidades de la infancia tras la Segunda Guerra Mundial.
Por desgracia, los desafíos al respeto de las normas jurídicas en los conflictos armados reflejan un debilitamiento de la capacidad de respuesta de los sistemas multilaterales. Los mecanismos básicos de las Naciones Unidas se han enfrentado a desafíos cada vez mayores, y el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se ha estancado en la práctica. Las misiones de mantenimiento de la paz y las misiones políticas especiales de las Naciones Unidas también están en franco declive. Estos problemas reflejan los cambios profundos de poder a nivel mundial y la disminución del respeto por el estado de derecho a nivel nacional. Sirva como ejemplo el caso de Gaza, donde el orden internacional se ha hecho añicos y las decisiones de la Asamblea General y los tribunales internacionales para detener el conflicto han sido ignoradas. La satisfacción por el alto el fuego no oculta el drama de una guerra que ha causado un terrible daño a los niños y niñas dejando al menos 14.500 muertos, miles más heridos y casi un millón de desplazados.
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Ante esa realidad es obligado apostar por unos marcos jurídicos sólidos que fomenten un entorno en el que el cumplimiento de las normas relativas a los derechos del niño y el derecho internacional humanitario no sea negociable y la rendición de cuentas sea inevitable. Para que esto se haga realidad, es necesario que las normas internacionales se traduzcan en leyes, políticas y prácticas nacionales del sector de la seguridad que sean, realmente, de obligado cumplimiento.
Hoy, más que nunca, debemos alzar la voz con fuerza para que se tomen medidas decisivas que pongan fin a su sufrimiento, se garantice el respeto de sus derechos y se cumplan las obligaciones que les impone el derecho internacional humanitario.
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La guerra convierte la vida de los niños y niñas en una lucha diaria por su supervivencia. Sus escuelas son bombardeadas, sus casas destruidas y sus familias destrozadas. Pierden su seguridad. No cubren sus necesidades vitales básicas. No juegan. No aprenden. Dejan de ser niños y niñas.
El mundo les está fallando a estos niños. De cara al año 2025 todos podemos, debemos, hacer más para cambiar la situación, salvar y mejorar sus vidas. No convirtamos esto en la nueva normalidad. No podemos permitir que una generación de niños y niñas se convierta en la víctima colateral de las guerras sin control del mundo.
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Me gustaría pensar que todavía tenemos el coraje y el valor de, al menos, alzar la voz para que Sila, Farhana y los hijos de Farida puedan vivir en un mundo en paz.
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