11-S y guerra contra el terrorismo
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Lorecuerdo muy bien. Estaba en la biblioteca de la Facultad de Económicas de la Universidad de Málaga recopilando libros que necesitaba para los ejercicios de las oposiciones a la plaza de profesor titular de Derecho del Trabajo. En un momento determinado, un funcionario de la ... biblioteca estaba escuchando la radio con las primeras noticias. Lo primero que me llegó a la cabeza era lo descomunal del atentado terrorista, las víctimas atrapadas, el horror que sufrieron y la inquietud ante la respuesta de EE UU, haciendo pagar a justos por pecadores. El 11 de septiembre de 2001, a George Bush Jr. la brutal masacre terrorista le pilla en una escuela de Florida, y sus primeros pensamientos, como relata en sus memorias, pasaba de la incredulidad a la convicción de la gravedad de la situación: «El primer avión podía haber sido un accidente. El segundo era claramente un ataque. El tercero era una declaración de guerra (...) Habíamos sufrido el atentado por sorpresa más devastador desde Pearl Harbor». Realmente lo envergadura del ataque no solo lo era por el número de víctimas (terrorífico) sino por el impacto psicológico colectivo. EE UU, las sociedades occidentales en general, eran vulnerables ya que el terror podía llegar a sus ciudades. La sabiduría estribaba en diseñar una respuesta contundente pero a la vez equilibrada, serena y conforme al Derecho Internacional.
Por desgracia las leyes internacionales se quedaron para vestir santos, ya que Bush, al configurar la guerra contra el terrorismo, simplificó de manera extrema la respuesta sobre la base del eje del bien y el del mal. Sobraban los derechos humanos, y así llegaron los ataques preventivos, las detenciones «secretas», el centro de detención de Guantánamo y los asesinatos con drones de EE UU (operaciones extraterritoriales que vulneran claramente la soberanía del Estado de residencia). Se supone que en Afganistán ahora hay «paz», es decir, ha cesado el conflicto armado, por lo que la admisibilidad de estos asesinatos con drones se somete al Derecho internacional en tiempos de paz (que solo autoriza a matar en casos excepcionales como la legítima defensa).
En definitiva, los supuestos terroristas deben ser juzgados y condenados conforme al Estado de Derecho y no ejecutados en base a la información de los servicios de inteligencia (que por cierto, fallan más que una escopeta de caña). Como decía Kofi Annan (7.° secretario general de las Naciones Unidas): «los derechos humanos, junto con la democracia y la justicia social, constituyen la mejor profilaxis contra el terrorismo». Amén.
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