Los guardianes de la memoria
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Al fin y al cabo, la edad no sería más que una convención social, como lo es el sexo para los identitaristas postmodernos radicalesLeo un lúcido artículo de la filósofa Rosa María Rodríguez Magda ('La edad elegible o la vejez disfrazada') que termina con un poema de Jorge ... Camacho ('Vidpunktoj') que dice así: «Tomad nota, jóvenes: vosotros no sois el futuro./ No os engañéis, jóvenes: vosotros sois el pasado./ ¿Vuestro futuro? Soy yo». A partir del año 2050 cerca de la mitad de la población tendrá más de 65 años, así que es mejor que nos vayamos acostumbrando. Sin embargo, la negación de la vejez se ha convertido hoy en una opción ideológica y el rejuvenecimiento, en un gigantesco mercado (el negocio del 'aging', que así en inglés parece otra cosa). No sería sorprendente, pues, que haya personas que reclaman la autodeterminación de la edad. Al fin y al cabo, la edad no sería más que una convención social, como lo es el sexo para los identitaristas postmodernos radicales que han conseguido llevar sus tesis al BOE.
Este derecho a elegir la edad percibida -no muy distinto al de elegir el sexo sentido- no es sino una variante de «la negación moderna de la naturaleza humana», que en el caso de la edad no carece de cierto humor, aunque sea de humor negro, pues la negativa a envejecer no sería, en última instancia, sino la negación de la muerte inevitable. Y es aquí donde esta reclamación coloca en su sitio a los derechos identitarios subjetivos, pues si la elección del sexo percibido tiene como consecuencia el borrado de la mujer como realidad biológica, como bien han sabido ver filósofas como Amelia Valcárcel o Rosa María Rodríguez Magda y juristas como María Luisa Balaguer, entre otras, la presunta y por ahora más teórica que real elección de la edad percibida no tendría otro objetivo que el borrado de los viejos. Al fin y al cabo, la edad del calendario no es más que una imprecisa referencia a una edad biológica que es muy diferente entre órganos, aparatos y sistemas. Además, con la ayuda de la ciencia, una persona podría elegir la edad biológica del órgano que le fuera más favorable el día que sea posible definirla con precisión, aunque ya haya hoy lo que se llaman relojes biológicos o epigenéticos, que no serían sino 'subrogados' biológicos más precisos que la edad del calendario. Pero no hay que recurrir a la biología. Sin ir más lejos, los gestores de las pensiones ya están planteando prolongar la edad de jubilación en función de la esperanza de vida de una persona, que hoy, al menos estadísticamente, es posible predecir. Parecería lógico que una persona con mayor esperanza de vida pudiera ejercer su derecho estadístico a que se le descontaran del cumpleaños los años de más vividos o, mejor dicho, por vivir. ¿Por qué las mujeres, por ejemplo, que tienen unos cinco años más de esperanza de vida que los hombres, no podrían reclamar este descuento en su fecha de nacimiento? En algún lugar hemos llamado cuantofrenia a esta obsesión por cuantificar asuntos cuya naturaleza es sobre todo cualitativa.
La vida es, mal que le pese a mis colegas médicos y científicos, sobre todo, cualitativa. Una cualidad emergente de la materia a través de un proceso que ha costado millones de años y que en última instancia se desconoce. En matemáticas a la media se la llama esperanza matemática: E(x). La esperanza de vida es, como su nombre indica, la media de las edades en las que los miembros de una cohorte fallecen. Si mueren muchos niños la E(x) es muy baja, aunque los sobrevivientes lleguen a centenarios. Pero la esperanza (de vida) tiene también el mismo propósito que la rsperanza como virtud teologal que acompaña a la fe y a la caridad. Y mucha gente cuando hablan de esperanza de vida lo hacen en este último sentido. La primera es cuantitativa, aunque relativa, y la segunda es cualitativa. Ambas se utilizan indistintamente, pero la interpretación de ambas es radicalmente diferente. Las dos son útiles, pero la segunda es la que mueve el mundo, pues, salvo los cartujanos estrictos, la mayoría de la población vive al menos durante la mayor parte de su vida ignorando a la muerte, ¡como si se fuera a vivir eternamente! ¡Porque se vive amando la vida se puede vivir de espaldas a la muerte! Y esta sería la única conclusión de este debate pata-físico que nos ha traído hasta aquí: Al fin y al cabo, aunque la 'meditatio mortis' puede ser muy interesante para un filósofo, no parece que sea muy recomendable como código docente de los niños y los jóvenes a los que la mejor manera de prepararlos para la vejez y la muerte es enseñarlos a vivir una vida buena.
Una vida con esperanza, la esperanza matemática desde luego, esa que ha aumentado más de 40 años desde el siglo XIX y ha cambiado la pirámide de población, convirtiendo a los viejos en los protagonistas del futuro, pero sobre todo con esa antigua y a veces despreciada esperanza teologal que los niños (los nietos de esos viejos) traen de fábrica. Y en este empeño, los viejos, protagonistas hoy del futuro, tienen la obligación de recordarles a sus hijos e hijas que hoy gobiernan el mundo que es su obligación legarles a sus nietos un mundo con futuro. De legarles, en fin, la esperanza en un mundo mejor. Porque, ¿no es, si acaso, la función de los viejos la de ser los guardianes de la memoria?
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