A comienzos de enero nos enteramos de que Gotham City Researchun imputaba a Grifols (empresa fundada en Barcelona y dedicada al desarrollo de medicamentos) una deuda ocultada mediante la manipulación de sus cuentas, así como de desviar recursos de la sociedad hacia las personas que ... controlan la compañía. En otras palabras, afirman que se ha defraudado a los inversores que han confiado en la compañía, dado que cero sería el valor de sus acciones. Ustedes se preguntaran si Gotham es una especie de justiciero que denuncian malas prácticas empresariales para defender los intereses de los modestos inversores ante el riesgo de perder todos sus ahorros. Nada más lejos de la realidad. Gotham, en términos del mercado de valores, es un bajista que apuesta duro (y con riesgos) a que las acciones de una sociedad bajarán de precio. ¿Y qué gana con esta bajada? El bajista toma prestados acciones de la empresa «atacada» (y con precio quizás sobrevalorado), los vende con la esperanza de que la cotización de la acción baje, y así recomprarlas y devolverlas pagando la comisión pactada al prestamista, para así obtener la ganancia con la diferencia. El riesgo que corre el operador bajista es que el precio suba en vez de bajar, que es lo que cualquier inversor normalmente espera cuando arriesga su dinero. Por tanto, no son hermanitas de la caridad, ya que bajistas suelen ser fondos de inversión alternativa con un alto nivel de riesgos y por tanto con beneficios extraordinarios si las cosas le salen bien.
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Estos singulares inversores, aunque solo buscan su beneficio, pueden detectar empresas sobrevaloradas, y así pasó con el fiasco de Enron, cuyo fraude fue denunciado por un bajista. Pero en el caso de que la denuncia de sobrevaloración sea falsa, el daño puede ser irreparable para los accionistas y trabajadores de la empresa puesta en cuestión. Esto implica que los bajistas sin escrúpulos son especuladores que nunca deben sustituir, por interés propio, el trabajo a la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) y el de los auditores de cuentas, ya que, en definitiva, salta la liebre cuando el mal está hecho.
La CNMV no tiene una varita mágica para detectar a empresas sobrevaloradas, pero debe extremar el celo en su supervisión para, en su caso, prohibir estas operaciones. En cualquier caso, la primera trinchera frente a los bajistas sin escrúpulos debe estar constituida por una auditoría de cuentas que garantice, según la vigente Ley 22/2015, de Auditoría de Cuentas, la revisión y verificación de las cuentas anuales de las empresas en las que sean obligatorias (y las cotizadas siempre lo son), con vistas a la emisión de un informe sobre la fiabilidad de dichos documentos que pueda tener efectos frente a terceros (entre otros, la hacienda pública, los inversores y los trabajadores de la propia empresa). Si no se pone coto ante estos chanchullos, los inversores abandonarán el mercado de valores al galope, dejando al sistema financiero seriamente tocado, para mal de todos, al no llegar recursos a la economía real mediante la inversión.
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