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A lomos del hoy, nos disponemos a emprender una cambiante travesía que nos prometen transitar por enclaves alternativos desconocidos por nuestra democracia hasta la fecha. No hay programa ni ruta. Los objetivos marcados y sus constantes abandonos o correcciones, sus condiciones o sus límites, se modulan día a día hasta hacerse irreconocibles. La reseña del PSOE de aceptar de buen grado la creación de una mesa -de partidos- de negociación «de igual a igual» que exige Esquerra Republicana de Cataluña es un mazazo, otro más. Ello, tras el anuncio de Pablo Iglesias de postular y definir el anticonstitucional aserto de la plurinacionalidad, que nos hurtaría a los españoles para siempre la soberanía nacional que hace 500 años quedó jurídica, histórica y consuetudinariamente, formulada.
La recentísima noticia de que Ana Oramas de Coalición Canaria y Pedro Quevedo de Nueva Canarias apoyarán a Sánchez en su investidura, si el Rey se la encarga, pone los números en 169 a favor y 168 en contra. Todo está preparado para la abstención de ERC. Así que nadie se llame a engaño, tendremos mesa y entrega, España en las manos de un político tildado de narcisista, capaz de desplegar una enorme energía para alcanzar la satisfacción de su enorme ego, sin reparar en valores morales o éticos, ni en la palabra dada. Sánchez y sus ansias por destacar por encima de todo hasta superar con mucho su límite de competencia, ha venido utilizando hasta aquí toda la seducción de que ha sido capaz, el engaño y hasta la traición. Muchos políticos -en absoluto los mejores, precisamente-, a lo largo de la historia, mostraron sus particulares tics psicológicos, creyendo estar por encima del bien y del mal y no admitieron más límites políticos o materiales que los de su propia conveniencia personal.
Ábalos, Lastra, Calviño, Carmen Calvo... Se las prometen muy felices y seguro que llevan razón. Pero aún queda que los líderes de Esquerra sepan conducir a los suyos, a las puertas según parece de un congreso, por la senda que ellos entienden muy bien: ningún gobierno mejor que éste proyectado de los socialistas de Sánchez en coalición con Unidas Podemos para arrancar una parte de lo que quieren, o casi todo. Todo dependerá mucho de esa olla a presión que es hoy la Cataluña política, con sus calles y sus infraestructuras llenas de disturbios y gritos. Seguramente los Junqueras, Tardá, Rufián, Aragonés y demás, llevarán a su formación a abstenerse ante la llegada de la coalición ambición-debilidad de sus mejores sueños.
A todo ello el exdirigente socialista Alfonso Guerra ha afirmado que «el pacto Sánchez Iglesias sólo beneficia a dos personas» y que «esta situación es un drama y espero que los separatistas nos salven y no se abstengan». Al tiempo Felipe González ha expresado su malestar y contrariedad explicando que «siente orfandad política». Son las salsas de este extraño guiso que nos están haciendo mientras España intenta asimilar al unísono la tremenda sentencia de los Ere falsos de la Junta de Andalucía. Una región maltratada por el desempleo y cuya imagen se ve gravemente salpicada en su prestigio por la desahogada actuación de los que durante mucho tiempo jugaron a ser los dirigentes de siempre y para siempre. En tanto Sánchez huye de este fallo judicial, guarda absoluto silencio y apaga Twitter, Ábalos con su verbo desencajado e ineficaz rehúye autorías, siglas y responsabilidades, y Susana Díaz pide perdones formales añadiendo inocencias imposibles sin asumir ni un ápice de arrepentimiento por una forma de gobernar llena de coplas, tópicos y fraudes, de la que es y ha sido siempre parte.
A veces los pueblos reaccionan graduando su respuesta contra los que les manipulan y dirigen por los senderos más inexplicables, pero siempre acaban por colocar a cada cual en su sitio. Ya se vocea que los españoles no queremos cualquier gobierno, que ese tótem del desbloqueo y manos libres para lo que venga bien es un argumento interesado y perverso. Que para eso, mejor uno en funciones, cuya capacidad limitada de acción también le impide subir el precio del gas-oil o comprometer más la nación. Mejor vete, Sánchez, de verdad.
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