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Mientras en la pantalla extraplana de mi televisión veía las idas y venidas de las sucesivas presentaciones –unos actores del régimen (Cifesa, mon amour) presentaban ... a otros que a su vez eran presentados, en bucle, por los siglos de los siglos, amén– en la gala de los Premios Goya, celebrada este año en mi querida Granada, recordé, de repente, aquella hilarante introducción que realizó Jack Lemmon, en 1972, a uno de los fundadores del cine, un tal Charles Chaplin, al que la Academia le otorgó (¡!), un Óscar honorífico.
Si Chaplin fue el fundador de la industria del cine, su 'partenaire' fue Gloria Swanson, inmortalizada en 'Sunset Boulevard' cuando pide paso retrepada en el anacrónico Isotta Fraschini, 1925, lanzando lacónicamente un dardo al guardián de la puerta infranqueable de los sueños rotos: «Abra de inmediato que estos estudios se pudieron edificar gracias a mis películas»; Chaplin, Swanson…y al mismo nivel, Jack Lemmon, sí, el bufón trágicómico Jack Lemmon, del que este año se celebra el centenario de su nacimiento: Lemmon había nacido en Massachussets el ocho de febrero de 1925 y era hijo de familia aconodada pero todo lo rojo que se puede ser en aquella tierra de cuáqueros y robots ultraconservadores; Lemmon recorrió el maldito y bendito 'establishment' hollywoodiense de un modo sarcástico, saltarín, distante, rebelde, falsamente ingenuo. Su humor tenía toques sombríos.
Vivió en los extremos, como todo gran actor: le temían, tanto como le amaban, sus grandes compañeros de viaje: Billy Wilder, Walter Matthau –del que llegó a decir que era «su hombre»–, Shirley Macline, Lee Remick, Sissi Spacek y un largo etcétera; a Lemmon se le recuerda travestido con Tony Curtis y Marilyn Monroe en 'Con faldas y a lo loco'; la madre de Lemmon aseguró que se había visto reflejada en la interpretación de su hijo, auténtico gigante interpretativo. Sus dotes dramáticas amargas las vertió en 'Días de vino y rosas' como alcohólico enfermizo, y en 'Desaparecido' ('Missing'), del comprometido director griego Costa-Gavras, donde Lemmon encarna a un escéptico empresario que en Santiago de Chile fracasa al intentar recuperar a su hijo, el periodista Charlie Horman, secuestrado, torturado y asesinado en el Estadio Nacional, poco después del golpe de Pinochet en connivencia con la embajada norteamericana que seguía instrucciones de Henry Kissinger.
La interpretación de Lemmon en este filme alcanzó cotas memorables. Él mismo declaró que había sufrido en sus propias carnes aquel guion y tuvo que recibir asistencia psiquiátrica tras finalizar la película. «Tendría que inventarse una sonda para, de vez en cuando, limpiar el corazón», dice Jack en 'El apartamento'. Con él no nos hizo falta, sólo verlo en pantalla nos devolvía la vida.
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