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En el Museo Ruso hay goteras. Literales y metafóricas. La dana de octubre hizo saltar las alarmas y las borrascas encadenadas han confirmado que el ... problema continúa. Las filtraciones de agua en las salas de la antigua Tabacalera han obligado a cerrar al público de forma intermitente la Colección Costakis, la gran apuesta del último año, la exposición que mantenía viva la justificación del nombre de este museo. De hecho, se ha despedido antes de tiempo «por tareas de mantenimiento». Ahora ya no está, y esa es una gotera más difícil de tapar. El Ruso celebró su décimo aniversario de forma discreta, con una jornada de puertas abiertas a las exposiciones temporales que le quedan y la ya tradicional intervención del MaF. Sin hacer mucho ruido, por si acaso, todo lo contrario que su 'hermano' francés, el Pompidou, inaugurado en Málaga en las mismas fechas. Allí sí hubo acto institucional, inauguración a lo grande (paradójicamente del artista ruso Kandinsky) y fiesta. Pero a este otro lado de la ciudad había poco que celebrar.
El Ruso se muere. O más bien, lo están dejando morir. A estas alturas no hay anunciada ninguna nueva exposición para los metros liberados por la Colección Costakis. Y nadie confía en que las relaciones con el Kremlin puedan normalizarse hasta el punto de que regresen los fondos del Museo Estatal Ruso de San Petersburgo. Aunque la guerra con Ucrania terminara mañana, cosa poco probable, no se entendería que se retomaran al momento los negocios con Putin. Hay que dejar tiempo para que la herida se cure.
Es elogiable el enorme esfuerzo que José María Luna hizo durante su mandato para conservar la identidad del Ruso sin Rusia. Tras una mega exposición picassiana de transición, el arte ruso volvió a esas paredes a través de colecciones privadas con propuestas muy interesantes, como la instalación inmersiva del matrimonio Kabakov, las obras recopiladas por la británica Jenny Green (que incluían un Kandinsky y un estudio de Ivanov) y los extraordinarios cuadros prohibidos por el Kremlin que custodió Costakis. Pero ahora que Luna no está parece que también ha desaparecido la voluntad por continuar con el proyecto. Y quizás sea lo más sensato, puede que seguir adelante con un Museo Ruso en Málaga sin fondos carezca de sentido, aunque eso suponga echar por tierra el trabajo brillante de sus primeros años. Pero si eso se hace que sea con un objetivo, con otro proyecto mejor sobre la mesa. Compartir las salas, como deslizó el alcalde de Málaga esta semana, dejando un reducto ruso junto a otras propuestas es un sí pero no, una solución a medias. Lo que define a un museo es su identidad y su justificación en el territorio; y esa fórmula no le da ni lo uno ni lo otro.
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