A velocidad de crucero, como si no hubiera un ayer, las nuevas realidades se imponen igual que las olas del mar, todas son únicas, pero siempre parecen iguales. Las apreturas sobre el aborto, que desoyen sistemáticamente a la ciencia más probada, las neoformas trans, que ... convierten lo imposible en una opción ordinaria y casi banal, y las distintas percepciones de uno mismo, sus tendencias, obsesiones, extrañas desviaciones o gustos íntimos... Todo se intenta recoger en algunas redacciones legislativas absurdas encaminadas a imponer sobre las demás cuestiones que sólo pertenecen al ámbito de lo privado y cuya libertad para tenerlas, llevarlas o ponerlas en práctica nunca son cosa de los demás y para nada universales. Estos empeños continuados de una parte minoritaria del actual Gobierno más parecen responder a una obsesión personal repetitiva que a ningún tipo de demanda social o ciudadana. Cuando se exagera, la presunta habilidad de quienes tienen vocación de plasmar una auténtica acción de ingeniería social acaba por fracasar y sus consignas, eslóganes o pensamientos, del mismo modo. Siempre es ilegítimo imponer ideas o conductas, pero a veces, aparte de tratarse de un ejercicio indebido y repudiable, su puesta en práctica puede tratarse de un auténtico fiasco.
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La libertad de cada cual y su libérrimo ejercicio, así como el respeto debido, no han de pasar porque la sociedad se vea obligada a describir y casi sentir lo que hay o lo que ve exactamente al revés de cómo lo ve y lo siente. Respetar a los demás no puede convertirse nunca en una comedia o en una mentira y disciplinar las vistas, los sonidos y los pensamientos, ni son el camino, ni podrán transformar jamás al que ve ni al que es visto. Y es que empatizar con el prójimo, respetarlo e intentar comprenderlo no es fingir, tiene otras claves.
La sociedad, a pesar de tener escasa memoria, de poseer gran capacidad de adaptación y cambio, de estar sujeta a modas contradictorias... A pesar de todo, no puede dar un giro de medio a medio en tan breve espacio de tiempo y mucho menos con torpeza. En la historia hay casos de casi todo, pero no todo es posible y algunas gruesas mentiras son demasiado grandes.
El asunto es que los que representan estos impulsos transformadores no tienen ni apoyos ni votos. Colarse en un gobierno para satisfacer determinadas necesidades de la aritmética parlamentaria da juego, pero no acierto. Nada como preguntarse por qué las encuestas van por dónde van y cuánto rechazan el capricho y la arbitrariedad del gobernante. Tampoco es fácil revertir tendencias, aunque intentarlo con bonos culturales o pequeñas ayudas más o menos esperables puede animar, esto empieza a ser como la fuerza de la gravedad, inevitable. Quedan tiempos para ver cómo queda, pero también hay pocas esperanzas de que documentales y poses den para tanto. Las elecciones andaluzas han sido la muestra más reciente de la respuesta de unos electores nada vociferantes, con capacidad de encaje, pero realmente decididos a rechazar las mentiras y los ensayos arriesgados y erróneos.
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