Secciones
Servicios
Destacamos
Hay una frase que es uno de los cimientos en que se asienta el denominado, en Ciencias Políticas, 'gatopardismo', la cita textual dice así: «si ... queremos que todo siga igual es necesario que todo cambie»; el enunciado se ha hecho incluso más famoso que la novela que lo contiene, 'El gatopardo', y a estas alturas se ha transformado en un lema, máxima o definición absoluta, redactada por el escritor siciliano Giuseppe Tomaso di Lampedusa que, la verdad, expresó magistralmente la necesidad de una buena parte de la aristocracia borbónica siciliana, a la que pertenecía, de mantener el poder a toda costa, entregando una porción del botín para mantener la parte esencial. En los años de la ahora denostada Transición Española, que se desarrolló, muchos serán quienes lo discutan, entre junio de 1976 -cese de Arias Navarro por Juan Carlos I-, al triunfo apabullante del socialismo de González-Guerra en octubre de 1982, tras el hundimiento del centro de Suárez, que se hizo el harakiri antes de tiempo, el gatopardismo era denostado, la reforma se solapó con ruptura pactada. Recuerdo que, en aquellos años heroicos en todos los sentidos, las ideas fluían y la praxis política se asentaba en la pureza inquebrantable, en principios intocables, los mismos que condujeron a la guerra civil española del 36, hubiera o no golpe militar, que lo hubo, quemaran o no conventos, que ardieron como teas, y entre unos y otros los 'extremeños' se tocaron como nunca y unidos marcharon franca y apasionadamente por la senda de la destrucción y la barbarie. 'Gatopardismo' no significa equidistancia. Va un paso por delante iluminando con una mezcla de sorna el camino a seguir. En la novela de Lampedusa el baile final, ceremonia augusta, es construido en páginas en que estilo, espacio y tiempo, son algo que ya pertenece a la más alta literatura, y se expresa en la inevitable sustitución del príncipe de Salina, bello y esbelto espécimen anacrónico, por el usurero Calogero Sedara, símbolo en negativo de un 'merdellonismo' -valga el neologismo malaguita- que después se hizo constante en la Italia unificada, con monarquía o república, hasta hoy: mafia, corrupción, gobiernos relámpago, clase y clasismo encubiertos, sangre en las pasarelas y en la cumbre, la democracia cristiana. De 'El gatopardo' Luchino Visconti rodó quizá su mejor película en 1963. Es lógico, que Visconti, también de familia aristocrática, aunque de Milán, se identificara con ese lento declinar de las especies que había mamado desde la cuna. También fue acertada la elección de los actores: Burt Lancaster de Fabrizio de Salina, Alain Delon de Tancredo, y la insuperable Claudia Cardinale en el rol Angélica, la ambiciosa nueva rica. Nada que ver con la serie que una plataforma acaba de lanzar al 'estrellato': el signo de los tiempos.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.