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José M. Domínguez Martínez
Catedrático de Hacienda Pública de la Universidad de Málaga
Domingo, 30 de marzo 2025, 01:00
«Vivimos en la época más trascendental y peligrosa de la historia». El vigor de los calificativos utilizados por la presidenta de la Comisión Europea, ... Úrsula von der Leyen, sólo es equiparable a la celeridad con la que, en los Estados miembros de la Unión Europea (UE), se ha producido el cambio de perspectivas sobre el gasto público en defensa. Mientras que, hace algunos años, no era infrecuente encontrarse con corrientes de opinión favorables a la reducción del gasto militar o, incluso, a la supresión de los ministerios de defensa, la necesidad de expandir significativamente dicho gasto público adquiere ahora el rango de prioridad.
Así, en su reunión del día 6 de marzo, el Consejo Europeo hacía hincapié en que «Europa debe ser más soberana y más responsable de su propia defensa, y estar mejor equipada para hacer frente de manera autónoma a los retos y amenazas inmediatos y futuros con un enfoque de 360 grados». El perceptible cambio de posición de Estados Unidos, principal financiador de la OTAN y que, hasta ahora, había aportado algo más de fondos que toda la UE y el Reino Unido, conjuntamente, en apoyo militar a Ucrania, ha podido jugar un papel apreciable en ese giro. Según el diario Financial Times, «Europa disfrutó sus años de bajo gasto militar gracias a un prolongado período de protección de Estados Unidos, permitiéndole construir uno de los sistemas de seguridad social más generosos del mundo». De haberse situado el gasto militar en el 3,5% del PIB -lo que ahora parece algo normal- entre 1995 y 2023, los países de la UE tendrían que haber invertido más de 350.000 millones de euros anuales adicionales.
Con carácter general, la defensa y la seguridad son la piedra angular de todo Estado. Ya en la introducción de 'Leviatán', nombre que Thomas Hobbes daba al Estado, se recoge que éste fue concebido para la protección y la defensa de las personas. Por su parte, en otra obra cumbre, 'La riqueza de las naciones', Adam Smith dejaba constancia de que «La primera obligación del Soberano, que es la de proteger a la sociedad contra la violencia y de la invasión de otras sociedades independientes, no puede realizarse por otro medio que el de la fuerza militar».
El análisis de la evolución del gasto militar en el mundo en las últimas décadas, en valor absoluto y a precios constantes, permite delimitar varias etapas: i) una significativa disminución a raíz de la caída del Muro de Berlín; ii) un incremento en los primeros años del presente siglo; iii) un estancamiento durante la gran crisis financiera internacional; y iv) una recuperación posterior. En el año 2023 se alcanzó el máximo histórico, con una cifra global de 2,4 billones de dólares. En España, el gasto en defensa representó, en 2024, un 1,28% del PIB, lo que la situaba en el último lugar de los 31 países miembros de la OTAN, quedando bastante alejada del objetivo del 2% del PIB. El desfase actual respecto a este nivel -ahora ya desfasado- es de casi 11.000 millones de euros anuales.
En los Tratados de la UE se recoge expresamente que la seguridad nacional seguirá siendo responsabilidad exclusiva de cada Estado Miembro, si bien se apunta «la definición progresiva de una política común de defensa de la Unión». La defensa colectiva, hoy por hoy, sigue recayendo en la OTAN, a la que pertenecen 23 de los 27 países integrantes de la UE.
Algunos informes apuntan que, para pasar del 2% al 3% del PIB, sería necesaria la ampliación en 300.000 del número de efectivos de las fuerzas armadas de los países de la UE, y, al menos, 275.000 millones de euros anuales más en gastos de defensa. En ciertos lugares, se ha recuperado la fórmula de la conscripción. La UE prepara el Plan Rearmar Europa, que prevé un incremento del gasto militar de 800.000 millones de euros en cuatro años. De esta cifra, 650.000 millones corresponderían a los Estados, que podrían acogerse a la cláusula de escape prevista en las reglas fiscales, a fin de que dicho gasto no compute a efectos del Procedimiento de Déficit Excesivo. Por otro lado, se creará un nuevo instrumento que proveerá 150.000 millones en préstamos a los países para inversión en defensa. Otras acciones complementarias forman asimismo parte del Plan. El dilema entre cañones y mantequilla, al que se refería Samuelson en su exitoso manual, vuelve a estar de actualidad. La noción de coste de oportunidad -las actuaciones (educación, infraestructuras, sanidad...) a las que hay que renunciar al tener que asumir los mayores compromisos ligados a la defensa- vendría a dictar su ley implacable.
No obstante, como hace unos años, premonitoriamente, recordaba The Economist, «un elemento fundacional para cualquier economía exitosa es la paz y la estabilidad, dando a las empresas la confianza para invertir y a los ciudadanos el espacio para florecer. Los libros de texto pueden hablar de armas o mantequilla. Pero en un mundo inestable por poderes revanchistas, la verdad es que hacen falta armas y mantequilla. Una fuerte defensa es, lamentablemente, una necesidad para una fuerte economía». Y, para financiar un mayor gasto, sólo hay tres alternativas: impuestos, recorte de otros gastos, o endeudamiento. Este, que no consiste en otra cosa que desplazar los impuestos al futuro, tiene poco sentido si se trata de financiar gastos que van a ser recurrentes.
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