Tras la pandemia, el retorno en 2022 de los «Sanfermines más esperados», según los calificó el entonces alcalde Enrique Maya, fue una oportunidad única para que la comunidad se auto-reconociera como permanente y cohesionada. Esto es, para comprobar cómo la fiesta pamplonesa negocia ambas ... cosas: la dinámica entre la afirmación de su personalidad histórica y el cambio que los tiempos pueden reclamar, y la convergencia armónica entre la identidad compartida que la vida comunitaria exige y la diferencia de opiniones inevitable en toda sociedad.
Como sugiere el antropólogo cultural Victor Turner, la fiesta muestra la esencia de una cultura mejor que el trabajo porque revela los valores emocionales de la comunidad. En el caso de los Sanfermines, estos valores y esa esencia se estructuran en su carácter carnavalesco, en sus juegos, y en sus rituales. Como fiesta carnavalizada, los Sanfermines presentan un contexto ritual y simbólico alternativo al de la cotidianeidad tanto por la presencia y actividad de sus clubes recreativos, la peñas, como por la música y el baile que llenan el espacio público. Además, como todo carnaval, los Sanfermines se celebran en un espacio abierto y sin clausura, aunque su principal escenario sea el casco viejo de la ciudad; tienen lugar en un tiempo alternativo al de la vida cotidiana; exigen un atuendo especial conducente a la creación de un sentido de comunidad; y fomentan la transgresión, sobre todo en lo relacionado con funciones corporales como la ingestión de alimentos y bebidas.
Entre los juegos que hacen posible los Sanfermines se cuentan el deporte rural, la interacción de la población con kilikis, zaldikos, o con el toro de fuego; el encierro es un juego especial en el que el riesgo puede superar los beneficios de jugar, pero que aporta un potente sentido de libertad, empoderamiento y control del espacio festivo a los participantes. Finalmente, los rituales festivos son la clave de la fiesta porque tienen como misión regular conflictos identitarios y de poder, establecer y aunar memorias -reales o imaginadas, como la relacionada con la imagen totémica de San Fermín- y deseos colectivos. En los Sanfermines, estos rituales son: el Chupinazo, la Procesión y Misa de San Fermín, el Riau-Riau, y el ¡Pobre de mí!.
Como evento de masas que simultáneamente refleja y crea sentimientos y valores comunitarios, los Sanfermines ilustran lo que el sociólogo Émile Durkheim llama «efervescencia colectiva». Pero como todo acontecimiento festivo es efímero, para que sus efectos se renueven la fiesta debe retornar en su integridad, aunque siempre cabe potenciarla con adiciones enriquecedoras como la de Ignacio Balezneta que introdujo el Riau-Riau en 1914. Equipos contemporáneos de investigación sociológica, como el de Daniel A. Yudkin, han mostrado el poder transformador de la fiesta. Ésta modifica la percepción de la realidad de los coparticipantes, aumentando su generosidad, la conexión emocional entre ellos, y el sentido común de solidaridad.
Sin embargo, la política distorsiona estos efectos positivos, según el equipo de Yudkin. La irrupción de la lucha política, vaciada de todo humor festivo a diferencia de, por ejemplo, las Fallas de Valencia, es especialmente rechazable cuando se canaliza violentamente contra los rituales, aunque sea violencia de baja intensidad. Sobre los Sanfermines de 2022, el periodista local José Murugarren dijo que «a los Sanfermines les sobran los episodios de violencia».
Tres casos concretos de violencia política marcaron la fiesta en 2022: el primero se produjo durante la Procesión y Misa de San Fermín, en el que las autoridades fueron agredidas y tres policías heridos, uno de ellos con la nariz rota. El segundo fue un ataque a la peña Mutilzarra tanto en la plaza de toros como fuera de la misma. El tercero fue un acto de violencia pasiva: la imposibilidad de celebrar el Riau-Riau tradicional por amenaza implícita de violencia, situación repetida desde 1992 que sugiere cómo el problema de la violencia se ha cristalizado en los Sanfermines.
Si Ernest Hemingway contribuyó a proyectar globalmente los Sanfermines como lo que Mikel Aramburu llamó la «fiesta total», la presencia continuada de la política sin sentido del humor y, especialmente, de la violencia que ataca a personas y rituales festivos que estabilizan la estructura social y promueven la solidaridad comunitaria, significa la instauración de la antifiesta en el corazón mismo de la fiesta. La antifiesta no sólo socava el potencial ético de la fiesta, sino que compromete su universalidad al sustituir la esencia coparticipadora de la misma por una pugna perversa de subidentidades tribales.
En 1983, y frente a la violencia que ya amenazaba la continuidad del Riau-Riau, el entonces alcalde Julián Balduz decía que «o el ciudadano pamplonés reacciona o no habrá Riau-Riau». En vista de la persistencia de la violencia, de la antifiesta, en los Sanfermines de 2022, las palabras de Balduz siguen vigentes en relación a la integridad y, en consecuencia, a la existencia misma de los Sanfermines por venir. Ignorar la violencia equivale a la falsificación de la fiesta porque convierte su esencia en una parodia.
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