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Francisco J. Carrillo
Académico Correspondiente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas
Martes, 25 de marzo 2025, 01:00
Acaba de cumplirse el duodécimo aniversario de la elección del Papa Francisco. Una docena de años por los que ha transcurrido Francisco a secas (que ... no Francisco I), el jesuita que ha sorprendido al mundo, a la Curia en particular, a la Iglesia, a creyentes y a no creyentes. Al inicio de su pontificado dio las primeras pistas de hacia dónde quería caminar. De entrada, se instaló en una residencia, Santa Marta, desistiendo albergarse en los lujosos y solitarios apartamentos pontificios. Quiso, con este gesto más que simbólico, compartir su vida cotidiana con otros huéspedes de esa residencia, con allegados y con amigos.
La empatía le venía de lejos cuando en los suburbios de pobreza de Buenos Aires predicaba subido el techo de un coche. De ahí provenía aquella llamada a clérigos, cristianos laicos, cardenales, arzobispos y obispos, a que el mensaje evangélico y la presencia de la Iglesia esté presente y activa en las 'periferias existenciales', en donde viven los descartados, los encarcelados, los migrantes, los enfermos. Paradojas de la vida, Francisco habitó más de un mes en una de esas 'periferias existenciales', rodeado de pacientes en un hospital de Roma, consciente de la gravedad de su estado de salud, sin duda con mucho sufrimiento que no se relata en los comunicados de prensa, y con mucha templanza y control de su mente lúcida. Y desde allí envió mensajes de paz en tiempos de guerras, de solidaridad y de concordia entre pueblos y naciones.
Un anciano de 88 años que siguió batallando por un mundo mejor entre máquinas que le ayudaban a respirar y entre tiempos que los utilizó para lanzar llamamientos al bien común, mientras que el gobierno del Estado-Ciudad del Vaticano dispuso fuera dirigido por una mujer (antes lo dirigía un cardenal). Abrió las puertas grandes del 'sínodo de los obispos' con laicos y mujeres, que es el verdadero parlamento de la administración de la Iglesia, la más sólida estructura de participación democrática que no sólo se reúne en el Vaticano, sino que existe también en diócesis y en regiones.
Francisco sabe muy bien que el Concilio Vaticano II, de la década de 1960, no se ha aplicado en su totalidad y que sigue habiendo resistencias doctrinales o de poder. Hacía falta potenciar el sínodo como estructura participativa. Mucho se ha hablado y escrito sobre el 'calificativo político' para encasillar al Papa Francisco: ¿de 'izquierda', de 'derecha', 'conservador', 'progresista'? Francisco se ha movido y se mueve a nivel de los valores y principios que pueden leerse en los Evangelios.
Desde sus comienzos, rechazó el boato fariseo que es el gran obstáculo a los mensajes de fraternidad universal (lejos de ser un hecho), de amor (palabra socialmente devaluada en nuestros días), de justicia distributiva y de convivencia pacífica. Estos principios y valores, leídos y aplicados (que es lo que pretende Francisco, así como sus predecesores inmediatos desde León XIII, 'el Papa de los obreros'), dejarían, al descubierto, en el vacío, al propio Lenin o al mismo Konrad Adenauer. El 'Manifiesto' de Marx y Engels es una historieta infantil si se compara con la rotundidad de la Carta de Santiago, de fácil lectura, dirigida a todas las comunidades cristianas a finales del siglo I. Cierto es que Jesús Mesías, ante la inquietud de sus seguidores próximos, los calmó, dejándoles entrever que los ricos también pueden salvarse porque 'lo imposible humanamente es posible para Dios' (Lc 18, 26-27).
Francisco es un ejemplo de austeridad de vida, de un vivir con normalidad, consciente, como él tantas veces ha apuntado, de que la Iglesia deber salir de los despachos y sacristías e ir al encuentro de las 'periferias existenciales' con el mensaje evangélico en la mano, que no es un programa de partido político, ni de un sindicato ni de una ONG. Con fe, que es un salto en el 'vacío racional', que lleva a la esperanza de salvación en un más allá inaprensible, mundo de la supra conciencia. En suma, aquí opera la libertad existencial de creer o no creer; de compatibilizar o incompatibilizar la razón con la fe. El campo queda abierto.
A muchos comentaristas y a muchos jueces de calle se les escapó y escapa el fondo fundamental en el que basa Francisco toda su acción; ese fondo no es político sino es un profundo depósito de valores y de principios que pueden zarandear las estructuras de las políticas de corrupción, guerras e injusticias. Francisco se ha movido y se mueve entre la tradición y la postmodernidad. Defiende el derecho a la vida y no el derecho a la muerte. Lo vivió él mismo en una habitación de hospital.
A nuestro entender, esta es la clave para comprender al Papa Francisco, clave que ha aplicado y está aplicando para reformar las estructuras administrativas de la Iglesia, empezando por la Curia vaticana, para que emerja con toda su fuerza el mensaje evangélico. Esa clave explica su conducta, su forma de ser, su empatía como una persona más. Esa clave es la que puede servir de fundamento para considerar a Francisco, en el agitado contexto internacional que atravesamos, como una de las pocas, si no única 'autoridad moral y ética' a nivel mundial.
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