Iniciada la recta hacia las elecciones, la emoción ha vuelto. La descabellada herencia universal 20.000 de Sumemos, esa especie de código de conducta periodística con régimen disciplinario incluido -todo borrado en unas horas- y tanta frase titubeante y sin acabar de Yolanda Díaz, más ... la peregrinación implorante de Sánchez por las teles, hace aumentar en las encuestas el número de escaños atribuibles al PSOE. No parece cambiar la aritmética de los llamados bloques, pero sí que el PP hace ajustar las expectativas de Vox y los socialistas hacen lo propio con el nuevo partido a su izquierda. Algún debate, mucho mitin, más promesas y un Consejo de Ministros haciendo bolos y a la búsqueda de ayudas, convocatorias y demás, podrán acabar por definir los resultados definitivos del 23-J. La «alerta antiabascal» modera su pasión ante el desacuerdo en la Región de Murcia y Feijóo, más sereno y frío que su oponente socialista, prosigue su campaña con el confesado propósito de gobernar en solitario.
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Todo influye en un proceso electoral, la omisión de toda referencia al «Día del Orgullo» en la visita de Sánchez a Ucrania, coincidiendo la fecha y siendo un asunto omnipresente en todos sus discursos, se interpreta como la modulación del mensaje a conveniencia, dependiendo de la sociología del auditorio. De hecho, todo se modula, hasta Tezanos, que ha optado por dar la victoria al PP, pero eso sí, haciendo malabarismos para otorgar la mayoría a Sumar y PSOE, haciendo crecer a los de Yolanda al doble de los pronósticos. Los tracks diarios del resto de las sociométricas e institutos de opinión recogen otros datos mucho menos tranquilizadores para la coalición gubernamental, pero no habrá tregua hasta el escrutinio final. Tampoco parece que la visita ad hoc de Von der Leyen haya causado un gran efecto electoral, pero todo es analizable. No convencen los «cambios de opinión», salvo a los fans, pues las mentiras son siempre una falsedad, lo diga Pedro, Montero o Carmen Calvo. Y ya no es sólo cambiar definiciones tradicionales, se trata incluso de cambiar hechos: «no hay ministros de Bildu...» -decía-. Bueno, Otegui, de momento no lo es, pero pactar hasta cuando no era necesaria esa aritmética parlamentaria o dar especial protagonismo y aceptar cruciales aportaciones en la ley de memoria o en la de vivienda de los abertzales es difícil de tapar. No, no es manosear a las víctimas, es que asociarse con quienes llevan terroristas -condenados como tales- en sus listas, no hay por dónde cogerlo.
Tampoco ha sido de ayuda la batalla campal, aún no resuelta, de Francia, ni el análisis de esa gran bolsa ciudadana que dice no sentirse francesa ni en su tercera generación. Prevenir en carne propia los males del vecino es obligación. Qué decir de la retirada judicial europea de la inmunidad de Puigdemont y la revelación de las prisas socialistas en ofrecerle un indulto... Las elecciones están vivas, todos tienen opciones. Es verdad que Sánchez puede pasear su presidencia europea o dictar decretos que le convengan, pero también es cierto que su responsabilidad, su ejecutoria y sus hechos, pueden ponerlo en la calle.
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