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Están pasando cosas muy graves en Cataluña. Sé que hemos abusado de esta frase, que viene repitiéndose con cierta frecuencia desde 1640, pero esta semana resulta muy evidente y nos exige gran finura analítica. El quinto aniversario del 1-O se mezcla con las desavenencias ... entre ERC y Junts, una coalición que en sus mejores momentos parece un episodio de Los Roper y en los demás, una versión verbenera de las Matrimoniadas de José Luis Moreno, con Laura Borrás en el papel del musculoso actor checo con la cara de cemento. Sin embargo, debemos comprender que bajo la espuma de estas controversias de alto voltaje político hay mucha gente honrada que sufre.
Yo siento una pena muy sincera por los miembros del Gobierno catalán -sección Junts- que en este momento se debaten entre el maximalismo histórico y el sueldo a fin de mes. Turull, Puigneró y compañía tienen la vida resuelta y los chalés pagados, pero no dejo de pensar en todos aquellos cargos menores que de pronto se han quedado suspendidos en el aire y rezando para que los pelillos acaben yéndose a la mar. Imaginémonos la angustia del típico concejal de Caldes del Cul del Món, un simpático afiliado exconvergente de estelada en el balcón, al que un día, sin saber bien cómo, alguien de su partido le nombró subdirector general de Postes Eléctricos y Cables Gordos y ahora, de pronto, en plena escalada de los precios, con el aceite y la leche por las nubes, se ve en el trance de abandonar el despacho, despedirse del salario público y volverse al pueblo. Sería imperdonable que en este momento crucial cayera en la flaqueza de pensar que lo de la patria oprimida vale, pero que peor es lo suyo, que ahora tiene que buscarse la vida.
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