La Tribuna

Un fantasma recorre el futuro de la medicina

Domingo, 4 de junio 2023, 02:00

Y es la Inteligencia Artificial (IA). En el futuro, se dice, sustituirá buena parte de las funciones de los médicos. Pues así será si lo dicen tantos y tan expertos portavoces. Permítanme que les ponga cuatro ejemplos de mi propia experiencia clínica y ustedes mismos, ... lectores, decidan como los hubiera resuelto la IA. El primero es un caso trivial, con mi propio nieto de 9 años. En el colegio le dieron una patada en el dorso del pie, jugando al fútbol, le dolía moderadamente y en la exploración no había signo alguno de limitación funcional ni de lesión ósea o partes blandas. Le dije que se quedara en reposo uno o dos días y que se pondría bien. Mi hijo, más prudente, lo llevó al Materno. Al parecer vieron algo dudoso en la radiografía y salió de allí con una pesada férula.

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Era el día antes de la semana blanca con lo que todos los planes de mi nieto se frustraron, así que me fui al hospital y hablé con un viejo amigo, uno de los mejores radiólogos que he conocido. «Federico esta placa es normal», me dijo sin dudarlo. Pensando en la semana blanca de mi nieto, llamé a otro buen amigo y muy estimado traumatólogo infantil de otro hospital quien le quitó la férula lo re-exploró, volvió a tener dudas, por lo que salió de la consulta con una férula más ligera pero no lo suficiente como para que no tuviera que renunciar a los planes de la semana blanca. Cuatro médicos, cuatro dudas, cuatro opiniones sobre un proceso muy frecuente y banal, en el que se dirimía no tanto la existencia de una dudosa minifisura sino, sobre todo, el futuro de su semana blanca. La pregunta es: ¿cómo hubiera resuelto el algoritmo, este asunto menor? El segundo caso fue más complicado. Hace años diagnosticamos a una mujer de un feocromocitoma (un tumor endocrino que produce catecolaminas, que si no se trata puede poner en riesgo la vida por crisis de hipertensión arterial). La extirpación quirúrgica del tumor suele curar al paciente, pero en este caso había crecido e invadido varios centímetros de la pared de la aorta abdominal y era irresecable. ¿Qué hacer? Informada la paciente y de acuerdo con el cirujano tomamos una decisión excepcional y muy arriesgada. Le quitamos un gran trozo de aorta abdominal y con ella el tumor y lo sustituimos por una prótesis arterial. Se curó y la revisé una vez al año durante un cuarto de siglo. ¿Qué hubiera hecho un algoritmo, ante un caso que nos llevó a una decisión excepcional, no protocolizable, cargada de incertidumbre?

El tercer caso es mucho más dramático. Se trataba de un joven al que se le diagnosticó un carcinoma medular de tiroides, que siguió una evolución inusual, con metástasis en el hígado y un síndrome multihormonal de muy complejo tratamiento. Empeoraba progresivamente y después de varios años de seguimiento se nos acabaron las opciones terapéuticas. Una noche a las tres de la madrugada, estando de guardia, subieron a la planta el hermano y el cuñado del paciente, que estaba en su pueblo, agonizando y tanto él como su madre y hermanas querían que fuera a verlo. Les dije que no podía salir del hospital, pero insistieron una y otra vez. Tomé una decisión que me podía haber costado cara. Hablé con los residentes que me acompañaban en la guardia y decidí ir a ver al que había sido mi paciente durante varios años. A las cuatro de la mañana, en un viejo todoterreno, con los dos familiares, uno de ellos con signos claros de haber abusado del anís, enfilamos las curvas que nos subieron hasta una aldea de la Axarquía. En una amplia casa, toda ella iluminada, estaba la mitad del pueblo, acompañando a la familia que, con gran ansiedad, me esperaban. El joven paciente, aún consciente, agonizaba. Hice lo que puede y los acompañé durante un par de horas. Poco después falleció. Me volví con el mismo viejo coche, por las mismas curvas y con los mismos acompañantes. Amanecía cuando entré en el hospital. Los residentes dormían plácidamente en el cuarto de guardia. Sé que hice mal en abandonar la guardia y no les di un buen ejemplo, pero también sé que hice lo que debía. He resumido mucho la historia y contado solo lo suficiente como para justificar ante el lector el que me vuelva a hacer la misma pregunta: ¿Qué hubiera hecho la IA a la hora de tomar todas aquellas decisiones?

Podían haber sido miles de historias las que podrían contar cualquier médico con la suficiente experiencia clínica y que, además, se haya hecho cargo de la realidad de sus pacientes, lo que significa la consideración del acto médico como un sistema capaz de asumir con todas sus consecuencias la historia única y excepcional de cada uno. De ser capaz, en fin, de tomarse la medicina en serio, de atravesar el espejo, que utilizando una metáfora hoy vendría representada por el ocultamiento tras la pantalla del ordenador de muchos médicos. La psicología llama 'comportamiento evitativo' a lo que antes se llamaba 'quitarse los muertos de encima', después 'medicina defensiva', y ahora medicina basada en algoritmos o en IA que, hoy por hoy, no puede decidir si un médico, ante un caso concreto, debe escoger entre satisfacer el principio de beneficencia (aquel que atiende a lo mejor para cada paciente) y el de justicia (aquel que atiende a lo mejor para todos los pacientes). Una decisión que exige un sólido entrenamiento clínico y moral y no solo digital.

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