Falso es falso y nunca es nunca

Entretodas las versiones u opiniones acerca de la figura de Pedro Sánchez y su ejecutoria hay algo que resuena como el eco, concretamente determinados anuncios que resultaron fallidos vertiginosamente, a poco de hacerse fueron apostatados por su propio vocero. Aquello de: «... no podría dormir tranquilo ... con Podemos en el Gobierno. Imagínense un vicepresidente partidario de la autodeterminación en Cataluña sin importarle la Constitución, ¿dónde estaría España?» o, en el debate electoral: «... yo no he pactado con los independentistas; que es mentira, que es falso. Falso es falso, no es no y nunca es nunca...» Los múltiples ejemplos de promesas incumplidas o renuncios expresos, hasta llegar a hacer exactamente lo contrario de lo anunciado e incluso comprometido, se van acumulando en un cierto olvido, porque cada incumplimiento resulta ser un sobresalto lo suficientemente perturbador por sí mismo como para que nuestra memoria arrumbe el inmediatamente anterior. Claro que el olvido no es absoluto, sino recurrente, no hay archivo definitivo; en cuanto cualquier hecho trae nota con él relacionada, la imagen del incumplimiento, de la decepción o del fiasco, vuelve a aparecer nítidamente ante nuestros ojos. No obstante, los vídeos o las hemerotecas, que tanto sorprendían al principio, ya son música de fondo: «estoy convencido de que han cometido el delito de rebelión», o «por supuesto que soy partidario del íntegro cumplimiento de la pena dictada por el Tribunal Supremo...» «Con Bildu no vamos a pactar, si quiere se lo digo veinte veces»... No obstante, la machacona memoria de lo dicho y comprometido por el presidente Sánchez, la incesante frecuencia de este recurso, que una y otra vez lo deja en evidencia, empieza a ser como el estribillo de una canción pesada. A todo acabamos por acostumbrarnos, pero que nadie lo dude, factura pasará.