Pocas generaciones han disfrutado de una infancia más cómoda y un futuro tan incierto y lleno de exigencias. A los aspirantes a la gloria de la Generación X ya nos la jugaron. Hoy, a los que nos siguen, les reclamamos que lo sean todo a cambio de casi nada
EL 85% de los puestos de trabajo que habrá en 2030 no se ha inventado todavía. La frase se repite como un mantra cuando imaginamos el futuro y, sobre todo, el futuro de los jóvenes, que, al fin y al cabo, van a ser los protagonistas principales. No quiero parecer suspicaz, pero 2030 está a la vuelta de la esquina y la cifra se me antoja inflada. Desprende además cierto tufillo a eslogan, igual que esa afirmación tan rotunda y trillada de que 'aprender a programar será más importante que saber inglés'. La autoría de esta última se reparte entre varias decenas de miles de personas en el mundo; eso sí, una de ellas es Tim Cook, oiga, que a lo mejor no le suena así de primeras, pero que fue el sustituto de Steve Jobs en Apple. Como para ponerle pegas. Si ya hilamos ambas premisas, ¿cómo intuimos con tanta certeza que hemos de aprender código al peso en un horizonte en el que ignoramos incluso los empleos que nos rodearán? La tecnología será algo transversal que lo invadirá todo, pero a ver si a fuerza de convertirnos en 'techies' abandonamos otros frentes igual de relevantes.
No me parece fácil ser joven hoy en día. Quizá nunca lo haya sido. Y cuando digo joven no me refiero a 42, ni 37, ni 26..., no nos hagamos trampas. Me fijo en ese adolescente en plena evolución hacia la vida adulta, con un horizonte desconocido, repleto de incógnitas y exigencias, al que preparamos no se sabe muy bien para qué, pero al que repetimos hasta la saciedad que esté listo para ser flexible, creativo, para trabajar en equipo, para hablar idiomas, para ser multifuncional e innovador, para estudiar aunque -ojo, avisan- los títulos ya servirán para poco, para hacer las maletas y emigrar, para trabajar por proyectos en empleos volátiles porque a lo largo de su vida desempeñará decenas, para tener inteligencia social, emocional... Ahí lo lleva, menuda responsabilidad sobre hombros tan inexpertos. Pocas generaciones han disfrutado de una infancia más cómoda y un futuro tan incierto y lleno de exigencias.
A los aspirantes a la gloria de la Generación X ya nos la jugaron. Nos susurraron al oído durante tardes plácidas de tele y pan con Nocilla (y aceite de palma) que todo iría bien si nos esforzábamos, si seguíamos a pie juntillas la hoja de ruta que nos habían marcado. Pero, algo se torció, culpemos al mercado, y donde se nos prometió edén hoy hay rescoldos y expulsados errantes fuera del paraíso.
Insisto, me parece tan difícil ser joven. El primer requisito para avanzar y empujar es la esperanza. ¿Acaso hay otro motor? En esta carrera de relevos no estamos siendo capaces de suministrarla en dosis suficientes: les reclamamos que lo sean todo a cambio de casi nada. Hace un par de días, me topé con otra consigna facilona, carne de camiseta 'made in Bangladesh'. «Los jóvenes son el 20% de la población, pero el 100% del futuro». Pero el futuro no son ellos, no nos engañemos, somos nosotros. Se fabrica aquí y ahora. Y, lo siento, no tengo claro qué presente les dejaremos.
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