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La derrota de la ultraderecha francesa, que durante el fin de semana mantuvo en vilo a muchos millones de demócratas, fue recibida con verdaderas muestras de alegría en la Europa comunitaria. Imaginarse que un Ejecutivo como el francés se sumase al que ya gobierna en ... Italia y amenaza a otros países. Sería una inyección de estímulo con consecuencias graves para los partidos ultras que están expandiéndose por todo el continente y más en una etapa de tensiones e incertidumbres.
El crecimiento de la extrema derecha, que se ha beneficiado de argumentos nacionalistas reforzados por el problema que crea la emigración, parecía imparable. El espíritu nacionalista que mantuvo a Europa en guerra evita que algunos ciudadanos no valoren las ventajas que proporciona a los ciudadanos la paz, la seguridad de las fronteras y los beneficios de la unidad ante los retos del futuro y las adversidades del presente.
Los franceses han sabido una vez más unirse en su compleja diversidad política para crear un cordón sanitario para hacerle frente al enemigo común que les amenazaba. Ese peligro consiguió el milagro de ponerse de acuerdo casi sin hablar. Un admirable y un gran ejemplo de esa realidad que demuestra que la unidad hace la fuerza.
El 'lepenismo' fue derrotado de forma limpia y contundente en las urnas cuando sus líderes empezaban a cantar tan temida victoria. Lo malo es que el éxito no va resultar gratis ni al presidente Macron ni a la estabilidad política del país, que ahora intentará pasar la factura por su contribución a librase de un enemigo común. La ultraderecha derrotada, pero no borrada del mapa, tendrá una mayor propensión a reivindicarse y más ante la política presidencial para convivir con el centro y la izquierda, una parte extrema.
La derrota ultra en Francia es bastante probable que contribuya a frenar el entusiasmo de los partidos de ultraderecha, pero el germen está sembrado y la UE tendrá que enfrentarlo como un peligro. De la misma manera que Hitler empezó pactando con Stalin, ahora también hay conatos de traición tan incomprensible como la del húngaro Orbán negociando con Putin y Xi Jinping, traicionando a sus socios en plena guerra de Ucrania.
Emmanuel Macron será el primero en tener que administrar el éxito conseguido el pasado fin de semana. El reto que le espera es manejar una Asamblea Nacional de tantos colores políticos y elegir a un primer ministro capa de gobernar frente a tantas ambiciones diferentes como intentarán capitalizar su contribución.
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