El escritor
INTRUSO DEL NORTE ·
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INTRUSO DEL NORTE ·
Los solerianos nos reconocemos. Por una mirada y una forma de sentir el mundoUno, frente al espejo de luna, se sintió escritor allá en la tierna infancia. Se miraba, se reía, y rápidamente iba a otros sueños. El ... escritor en ciernes miraba las gamberradas suyas, que fueron muchas y variadas, y las veía desde una frontera en la que los nenes cabrones hacían algo, poco, por cambiar el sistema establecido. Era lo que tenía uno por mirada de escritor, y es que algo le había caído de Marsé en Pedregalejo y el Limonar, donde quiso ver El Carmelo y Pedralbes.
Fue pasando el tiempo, mucho tiempo, y una madre amorosa le puso en la cama 'El camino de los Ingleses' y todo cambió. El niño estudió, se aplicó, viajó y emborronaba cuartillas con el secreto vicio de conmover y conmoverse. Pero fue Antonio Soler, que ahora saca libro, quien en conversaciones lejanas y conferencias cercanas le puso en la pista del oficio. Sus personajes son mis personajes, su mundo era mi mundo, y mi 'El año de la rubia' hubiera sido imposible sin su Miguelito Dávila. Soler, por lo demás, escribe y deja el postureo para otros, que son los de siempre. Él escribe sobre la belleza de un verano en La Cala o la mayor atrocidad con esa compasión invisible del gran escritor. Sus personajes no son muñecos, están al mismo plano, y cuando deja descansar sus tramas y sus gentes, Soler se pone con su columna.
Uno es huérfano y tiene maestros. O tiene un maestro que se llama Antonio Soler y que siempre es una promesa de jazmines y de verano. Junto a María del Mar y esa vista del Oeste de la ciudad que me vuelve mediterráneo de golpe. Ahora saca novela Soler, 'Sacramento', y ya reposa en mi mesilla de noche. Pero da igual la percha, aunque importa, para hablar de Soler, que es el último novelista de raza. Los solerianos nos reconocemos al pie de una alta torre desde la que se ven las Costas de África, una torre cerca de Eugenio Gross que también en mi imaginación semeja un ascensor neoyorquino. Porque Soler es, ante todo, una mirada de la ciudad que hace un mundo. A Málaga, Alcántara, y Lorca, le habían dado entidad poética. Faltaba la entidad literaria de la urbe que se hacía gran ciudad y ahí estaba Antonio Soler. Nunca es tarde para rendirle el homenaje que se le debe; porque con mejor o peor resultado nos hizo escritores y eso no está pagado con nada.
Me ha sacado Soler en los agradecimientos de su último libro, y eso, para mí, es el Parnaso en esta época en que me han diagnosticado depresión severa. Soler es el mejor. En Revello de Toro hay un tráfago jaleoso de rimas, musas, tramas y metáforas. Soler va de Málaga al Nobel. Y ahí estaremos para contarlo. Del Mediterráneo moral al Norte. Como siempre.
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