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Fue Larra el que dijo aquello de que «escribir en Madrid es llorar». Desde entonces, desde aquel año de 1837, unas semanas antes de suicidarse en aquel Madrid central de Villa y Corte, muchos historiadores, literatos, analistas e investigadores, han querido matizar la interpretación de ... aquellas palabras. Escribir es llorar y las lágrimas son de dolor, o no, o no tanto, o no siempre; lágrimas como frutos de la creación o el pensamiento, o ambos, lágrimas de emoción por errores propios, ajenos o patrios, lágrimas cómicas al ver la risa pasar... La lágrima muchas veces también se asoma y fluye ante la esterilidad del intento de transmisión del mejor razonamiento, de la falta de respuesta ante la clara y más inapelable reflexión, en fin, es el gesto de la frustración por no encontrar en el receptor el más mínimo cambio de rictus cuando la ineptitud se apoderó del departamento o del ministerio y su demostración y prueba de nada sirven.
Los trenes que pesaban demasiado dan ganas de llorar, también los túneles que al fin resultaron ser estrechos, unos en la Comunidad Valenciana y otros en Cantabria y Asturias. Llorar, viendo a un PSOE desfigurado por la ejecutoria tosca y grosera de quien nunca debió ser, es ya acto reflejo. Gemir por tanto evento malparido, por los hechos equivocados y el exceso de errores encadenados. Mariano José de Larra -Fígaro- no se refirió con su celebrada frase a los hechos en sí mismos, sino a la sorda reacción ante la sabia explicación de los mismos y la desvelada inepcia o maldad de sus responsables.
Si la Nogueras -iletrada, parda y fútil, Diputada de Junts y agente especial de la sedición que ya, por obra ignominiosa de Sánchez (aún la sentencia expresa de condena del Supremo) nunca existió- aparta la honrada y gloriosa bandera de España, ya podremos llorar, pero será sobre todo por esa pobre y miserable parlamentaria y por su ciega indignidad.
En la patria de Cervantes, Calderón, Lope, Quevedo, Bécquer, los hermanos Machado, Unamuno, Meléndez Valdés, Clarín, Pérez Galdós, Lorca, Rosalía de Castro, Juan Ramón, Valera, Mercedes Salisachs, Delibes, Ana María Matute, Cela, Antonio Gala, Eduardo Mendoza, Soledad Puértolas, Marsé, Rosa Montero, Muñoz Molina, Cercas, Pérez Reverte -entre otros muchos más-... Verter palabras sobre papel haciendo fluir lo mejor del pensamiento, el ingenio, la inteligencia, la preparación, el buen gusto, la sabiduría y la belleza, será desentrañar los misterios y modelar la forma de los sueños. Los sollozos son temporales y eterna la creación literaria, hasta cuando haya sólo un único lector, pues -como dicen- el mágico diálogo entre el que escribe y el que lee siempre da frutos.
Vivimos tiempos de cambios difíciles y amplios y costeados senderos equivocados, pero no desesperen porque muchos de estos días y estos años durarán sólo un minuto en el concierto de la trascendencia y de la historia. La insistencia de los personajes equivocados no puede durar y no saldrá en los libros; de hecho, a la postre, su débil huella se borrará y España y el mundo seguirán adelante. Y sí, escribir es llorar siempre un poco.
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