Han pasado cuarenta y tantos largos años de aquello que se llamó «café para todos» y muchos no saben bien ni qué significa ni en qué consistía. Frente a aquellos que querían ser oficialmente diferentes y con mayores cotas de autonomía, los otros -los más- ... pidieron y casi consiguieron un trato institucional igualitario. En el pacto constitucional ya vino a plasmarse el ansia asimétrica de ser especiales, distintos y en demanda de canales que permitieran la diferencia. Desde el último tirón, la inclusión de la palabra -tan prometedora como vana y carente de un claro significado- 'nacionalidades', han pasado muchas cosas, pero de idéntico espíritu. Parece, oyendo a Urkullu, con su difusa propuesta de un nuevo pacto territorial, o como quiera que lo llame, que el tiempo no ha pasado. Curiosamente, hasta al entorno de Sánchez le ha costado tener la respiración agitada la propuesta de superar la Constitución reinterpretando algunas piezas en una especie de órgano 'ad hoc' y de nuevo cuño: «La convención constitucional». Hay que decir que el nombre es más feliz que su alumbramiento y su contenido envenenadito. Ni Parlamento, ni Tribunal Constitucional y casi ni urnas, un adefesio institucional y una lectura prometedoramente alocada y fallida de la Constitución. En fin, de un lado deprime este nuevo plan, pero no es nada nuevo, es una combinación entre la prestidigitación, el equilibrismo y el mito -tan antiguo como falso-.
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El ensimismamiento es el ingrediente, la causa primera, la salsa de tanta disputa y diferencia. Este país nuestro es tan rico y variado en costumbres, devociones, artilugios, lenguajes, significados, atuendos, paisajes materiales y humanos, deseos e incapacidades de mirar hacia fuera, que se quiere santificar la natural diferencia para hacer de ella la causa de vivir. Es todo tan acusado que los más viajados y 'abiertos' pueden entender y compartir como propias antes la 'Oktoberfest germana' o la 'Mardi Gras' de Nueva Orleans que las fiestas de Burgos, por ejemplo, aunque vengan de Bilbao. Es tradición rivalizar entre pueblos de la misma comarca y región, incluso limítrofes, por sus patrones, sus celebraciones, ropajes o incluso hábitos ceremoniales. Dicen que en Patones de Arriba nunca entendieron las 'raras' costumbres de Torrelaguna, pero mucho menos las 'extravagancias' de Patones de Abajo. Créanlo, podemos aplicar este principio a lo largo de toda España. Lo malo es haber sacralizado todo esto y en ello llevamos decenas de años, sino cientos.
Hay un 'nosotros' excluyente que viene paseándose por aquí desde el tiempo de los godos y que alza su volumen, según cómo dónde y cuándo, y que nunca cesa. El 'som i serem' de secesionistas catalanes cacareado en tropel, hace no mucho, es suficientemente significativo y su contenido y matices no hacen falta ser explicados. No lo duden, allá dónde acudan encontrarán hospitalidad y virtudes miles, pero también auténticos 'patanegras' genuinos que apenas les perdonarán por no serlo también ustedes. Algunos estamos verdaderamente empachados de 'señas de identidad', sobre todo de tanto hacer de ellas una causa trascendente, política y hasta sagrada. En el fondo siempre están los mismos, los mercaderes del templo vendiendo souvenirs -la 'pureza de lo auténtico' en manufactura- y obteniendo ventajas y bienes.
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