Un buen amigo solía repetirme que lo bueno siempre es, al mismo tiempo, lo malo. Es decir, cualquier virtud, éxito o cualidad, como una moneda, tiene dos caras. Y el auge de Málaga puede servir como ejemplo. Nadie duda de los beneficios de que la ... capital se haya consolidado como destino cultural y turístico y ahora esté de moda como ciudad tecnológica y refugio empresarial. Es una realidad que son muchas las empresas que se están fijando en Málaga para sus proyectos –Google, Vodafone, Telefónica, etc.– y muchos los empresarios que ven en la provincia un lugar perfecto para trabajar y para vivir. Podemos decir sin rubor que Málaga está de moda y que es, en estos momentos, uno de los lugares que más llama la atención a nivel internacional, elegido por trabajadores nacionales y extranjeros para fijar su residencia.
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Pero evidentemente todo esto tiene también unas consecuencias que, al menos, se deben analizar y tener en cuenta. Para empezar, el centro histórico y su entorno han atraído a grandes inversores en materia de viviendas turísticas y a residentes extranjeros para tener una segunda casa en la que pasar épocas del año, huyendo así de las inclemencias del tiempo en sus países de origen, sobre todo nórdicos. Algo similar ocurre con los espacios de oficinas del centro, dado que cada vez son más las empresas que prefieren estar cerca del casco antiguo y no tanto en el Málaga TechPark (PTA). Faltan oficinas cerca de calle Larios para la demanda que hay.
Si unimos la presión turística y de ocio –una buena noticia, por cierto–, con nuevos hoteles, restaurantes y bares, podemos concluir que el centro y su cinturón más inmediato se están convirtiendo en un lugar privilegiado para vivir y de ocio y negocio. Esto provoca irremediablemente un desplazamiento de muchos residentes y empresas y la necesidad de ensanchar la ciudad, un término que se refiere a la incorporación de la periferia urbana y de los municipios metropolitanos en lo que podemos denominar 'la nueva Málaga'.
Se trata de concebir Málaga como una gran conurbación que incluya Torremolinos, Rincón de la Victoria, Alhaurín de la Torre, Alhaurín El Grande y Cártama, así como barrios más periféricos tipo Campanillas. Es la única solución posible al enorme problema de vivienda que se avecina y que muchos ya sufren, no sólo por el enorme encarecimiento para la compra y el alquiler, que impide a la mayoría de los jóvenes independizarse, sino también por la escasez de oferta frente a una demanda que no para de aumentar. Málaga necesita activar la construcción de viviendas de renta libre, de protección oficial y de alquiler si no quiere enfrentarse en poco tiempo a una crisis social.
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Y en este sentido llamó mucho la atención la reflexión de Ignacio Peinado, de Urbania, en el foro organizado por SUR esta semana. Venía a decir que debido al aumento de la esperanza de vida hay muchas personas que llegan a la edad de jubilación sin haber heredado aún una casa de sus padres longevos –aquellos que la hereden– y sin recursos por su baja pensión para mantener el alquiler de su vivienda, lo cual puede agravar aún más este problema social.
Aunque para muchos sea algo inconcebible, la solución a la vivienda va a pasar por las ciudades metropolitanas. Pero para ello será preciso afrontar el segundo reto: la mejora de las infraestructuras de comunicación y el transporte público. Ese ensanche de Málaga es imposible sin la mejora de las conexiones por tren y autobús y sin un plan de sostenibilidad que permita moverse por toda esta metrópolis.
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Parece un reto demasiado grande para la agilidad habitual de las administraciones públicas, especialmente cuando las competencias de muchas de esas actuaciones recaen, precisamente, en la Junta de Andalucía y el Gobierno central. Pero, con el paso de los años, no podrán decir que el problema no se veía venir, porque son muchas las personas implicadas –empezando por el alcalde y continuando por empresarios y expertos– que desde hace tiempo lanzan una voz de alarma sobre la urgencia de afrontar estos asuntos y de hacerlo de manera eficaz, sin titubeos ni guerras políticas.
Una vez asumido que Málaga va camino de convertirse en una gran ciudad, con las ventajas e inconvenientes que esto implica, habría que formar conciencia de la necesidad de tomar medidas para que este crecimiento no expulse y desplace más de la cuenta a los propios malagueños. Eso, hay que reconocerlo, sería un fracaso.
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