Nadie duda en Málaga del valor de La Farola del Puerto como icono de la ciudad ni tampoco de la necesidad de cuidarla y conservarla como se viene haciendo desde 1817. Es más, nunca ha sido preciso hablar de su protección porque se da por ... hecho y por efectiva. Es el único faro de España con nombre femenino junto con la Farola del Mar, ubicada en Costa Adeje, en la isla de Tenerife, lo que añade mayor peculiaridad si cabe. Para todos los malagueños tiene una simbología muy especial y arraigada en el sentimiento identitario, un significado que trasciende su función como guía para navegantes. Con más de doscientos años de historia ha sobrevivido a un terremoto y a los bombardeos de la Guerra Civil.
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Hoy está en el foco mediático al encontrarse inmersa en una polémica sobre su salvaguarda a todas luces absurda, porque este monumento nunca ha estado en cuestión y mucho menos en peligro. Es verdad que la ampliación del dique de Levante, en 2001, la dejó alejada de la franja costera hasta tal punto de que está prevista la instalación en el extremo del dique de una nueva señal de ayuda a la navegación. Además, también en 2015 estuvo a punto de convertirse en un restaurante-hotel con cuatro habitaciones tras la iniciativa de Puertos del Estado de impulsar el proyecto Faros de España, según el cual se fomentaría el uso hotelero en los espacios ociosos de los faros del país susceptibles de permitir este tipo de uso. Al final, este proyecto acabó descartándose. Luego, en 2017, con motivo de su segundo centenario, la Autoridad Portuaria planteó que La Farola fuese un museo marítimo sobre la historia de los muelles de la capital, proyecto que también cayó en el olvido.
Con ello quiero recordar que La Farola siempre ha estado allí pero en muchas épocas ha sido víctima de cierta displicencia, cuando no del olvido colectivo. Hoy, menos mal, ocurre todo lo contrario, quizá por un esplendor recuperado gracias a su rehabilitación y, sobre todo, en mi opinión, por la regeneración de todo el entorno, en especial del Muelle Uno y el Palmeral de las Sorpresas, desde donde se puede contemplar cómo La Farola emerge con toda su belleza y emoción.
Pero con motivo del proyecto de construcción de un hotel de 27 plantas y casi 120 metros de altura en la plataforma del dique de Levante se pretende convencer del relato de que esa torre significaba un golpe mortal para La Farola, como si la construcción de ese hotel significara su desapación.
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Y dentro de la instrumentalización de La Farola como una herramienta contra ese proyecto de hotel surgió la incoación por parte del Ministerio de Cultura de un expediente para convertirla en Bien de Interés Cultural (BIC), con la peculiaridad de que dejaba en el aire el ámbito de protección del entorno. Es decir, no se sabe si la zona protegida alrededor de La Farona es de diez, cien, mil o cinco mil metros, tanto que se ha sumido a toda la zona en una inseguridad jurídica que afecta no sólo al proyecto de la torre, como se pretendía, sino a la propia actividad portuaria, al proyecto del restaurante Casa de Botes, a las grúas de contenedores, los silos o cualquier actividad cercana a La Farola, con perjuicios económicos para los concesionarios. De hecho, una de las preguntas que me surge es si, incluso, la entrada y salida de embarcaciones y el atraque de las mismas debería pasar por el visto bueno del Ministerio de Cultura por sus posibles efectos.
Esto ha llevado a Puertos del Estado a solicitar la retirada de este expediente para declarar La Farola como BIC en un insólito enfrentamiento entre dos entidades del Estado. Es absolutamente legítimo estar en contra o a favor del proyecto de la torre del Puerto, pero habría que permanecer vigilantes para que responsables públicos, funcionarios o las propias instituciones no utilicen sus competencias para alcanzar objetivos que nada tienen que ver con sus fines o que, incluso, respondan a intereses personales. Que el relato, por bien maquillado que esté, repleto en algunos casos de buenas intenciones, más oscuras en otros, no acabe imponiéndose a la realidad, haciendo incompatible lo que nunca lo fue.
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