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Cada día es un día más, cada uno que suma se nota y lo que viene moviéndose en el sentido contrario a la libertad se agrava. Cuando se parte de una exigua minoría parlamentaria y casi es un milagro ganar votaciones en las Cortes se ... corre el riesgo de contraer el síndrome de gobierno acorralado. En esas o similares circunstancias los largos brazos del poder suelen reaccionar de forma irreflexiva y con excesos. Hoy en Moncloa los planes de gobernabilidad, muchos planes y sólo de gobernabilidad, se agolpan en la mesa. Ya sea el reconocimiento del estado Palestino o la reforma de la instrucción judicial para adjudicársela a los fiscales, todo tiene en común el deseo agónico de apuntalar al titular de Moncloa. O sea, buscar un cierto predicamento internacional que compense la ausencia del mismo en territorio patrio y trasladar el control parcial de la justicia a manos de un Sánchez atormentado por mil frentes, entre ellos las crecientes sospechas de corrupción sistémica y cercana -a tapar-. Es costumbre -o, al menos lo era- que, ante la ausencia de fortaleza parlamentaria y la probada imposibilidad de contar con un bloque suficiente, los primeros ministros europeos solían poner su cargo a disposición del jefe del estado respectivo para que la formación de un nuevo gobierno lo intentara. Las políticas sociales sancho-yolandistas y ser parapeto contra la llegada de la 'ultraderecha' no parecen razones objetivas para permanecer, menos aún en una dinámica de cesión permanente ante lo que nunca antes se estaba dispuesto. Podrá haber opiniones de todos los gustos, pero lo ya instalado socialmente es que la auténtica causa de la resistencia de Pedro Sánchez lo es para sí mismo y para ningún otro interés, algo realmente grave. Dado el inocultable cesarismo de Sánchez, habría que recordarle que un presidente de gobierno está por y para el pueblo, no el pueblo para él.
La teatral escapada -que nunca lo fue- de atrincherarse en Moncloa por el plazo de cinco días resultó ser un fiasco. Si Pedro quiso hacer 'un Suresnes', las carcajadas se han oído hasta Pernambuco, recordemos que Felipe González tuvo el valor de irse, corriendo el riesgo de no volver, pero su cálculo de que le iban a echar en falta se confirmó. Tampoco se puede afirmar con seriedad que las «inmensas manifestaciones y movilizaciones» de «Pedro no te vayas» fueran piedra de toque, porque sencillamente no las hubo. Al sexto día confirmó que no se iba y que su propósito es estar «muchos años», confirmándose que nunca tuvo ni la más mínima intención de largarse. Para Pedro Sánchez ningún acontecimiento es suficiente, Moncloa es irrenunciable, un bocado que no piensa soltar salvo orden expresa de desahucio.
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