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Si uno quiere pasar por este mundo con el decidido y loable objetivo de ser feliz, es obvio que un saludable disfrute de ese «estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades» (visión amplia de salud ... de la OMS) pasa por ampliar la esfera de nuestros intereses más allá de nuestro querido ombligo. Como mi oficio es el de jurista, creo que cultivar la justicia es un buen preámbulo a la felicidad y así conviene seguir las enseñanzas de los que nos precedieron en el arte del Derecho: «Vive honestamente, no hagas daño a nadie y da a cada uno lo suyo». Hay que cumplir las normas de las que nos hemos dotado de forma democrática y respetar a los demás siendo honestos y justos. Asumir nuestras obligaciones con diligencia y sin trampear (entre ellas, las tributarias) es esencial, pero hay que ser consciente de que estamos a años luz de conseguir que la igualdad sea real y efectiva entre todos los ciudadanos (como aspira el art 9 CE), y no es lo mismo pasar el temporal de frío y lluvia en una vivienda digna que en la calle o en un albergue, o no se ve la vida igual con la seguridad económica del empleo que en la desolación material y moral del paro. Huelga añadir que si vives en determinados países instalados en la violencia y en la miseria, lo de la felicidad suena hueco.

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