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Elogio de la escucha

Para socializar y amar, hay que escuchar

Domingo, 14 de julio 2019, 09:51

Ya David Hume nos enseñó que el amor propio y la compasión por los demás seres constituyen piezas fundamentales de nuestra vida, siendo la primera esencial para conseguir nuestras metas y cuidar nuestros intereses, ya que es natural mirar por nuestra salud, bienestar económico y seguridad (aunque se puede incluir en este amor propio, por razones biológicas, el que sentimos por nuestros familiares, en especial los hijos). Pero a partir de ahí, aparecen la necesidad de relacionarnos con los que conviven con nosotros (ya que los humanos somos sociables), incluyendo las relaciones que no exigen un nivel intenso de intimidad (las laborales, sociales, políticas o vecinales), pero siendo de capital importancia las que son más estrechas. Si conocemos a miles de personas a lo largo de nuestra vida, ¿por qué congeniamos más con unos que con otros? Seleccionamos el cuadro de nuestras personas cercanas en atención a la atracción que genera la intensidad del contacto, a la semejanza y a la reciprocidad de esos sentimientos, y de este cóctel sale, cuando las relaciones son más fuerte, el sentimiento del amor, bendición para nuestro bienestar y equilibrio, y que se diversifica teniendo en cuenta el tipo de persona amada (el que sentimos los padres por nuestros hijos, y que, como decía antes, no deja de ser amor propio, la amistad, el amor de hermanos o el amor romántico), sobre la base común del cariño que tan bien define María Moliner en su diccionario: «Sentimiento de una persona hacia otra por el cual desea su bien, se alegra o entristece por lo que es bueno o malo para ella y desea su compañía».

Pero para socializar y amar hay que conocer, y eso se consigue escuchando, ejerciendo la capacidad de descubrir en tu interlocutor los aspectos que te quiere contar y tú quieres saber para buscar esos puntos de unión. Para que la cosa funcione tiene que existir reciprocidad en el sincero y sano deseo de contar y escuchar, y por supuesto un respeto sagrado por el núcleo duro de la intimidad que cada cual quiera reservar para sí mismo tanto al contar como al escuchar, evitando el cotilleo. Y como todo en la vida, con los límites básicos para ejercer la legítima defensa frente a los pelmazos que de forma inmisericorde pretenden recrearse a tu costa en el monólogo sin interrupción para mayor gloria de su ego, o al caradura que tiene acreditada su vocación por el engaño.

Si cultivamos el conocimiento mutuo, se instala confianza, la credibilidad, la buena fe de la que hablamos los juristas, y esto es clave para nuestro bienestar personal y familiar y para la vida social, económica y política, atenuando la necesidad de garantías costosas para reforzar nuestros compromisos, ya que cuando la desconfianza reina, todos perdemos. Y no menos importante es que el diálogo genera la empatía para darnos cuenta de lo que sienten los demás, algo imprescindible para que la compasión (colocarnos en el lugar del que sufre) nos lleve a la solidaridad. Esto de escuchar solo tiene ventajas.

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