Elogio de la bici

He hablado mucho con mis compadres Ignacio Lillo y Jesús Nieto en torno a este asunto. Con el primero, sobre la bici como medio de transporte no contaminante; una fórmula de futuro que este confinamiento ha puesto en valor durante los días de cierre al tráfico de los paseos marítimos de la ciudad para el uso y disfrute a pedales de un vehículo que, además, nos proporciona un importante ahorro al bolsillo. Con el segundo, con el genial articulista mitad 'madrideta' mitad ciudadano de Pedrega, sobre la épica de un deporte que se asienta, en realidad, sobre el derrame extremo de ácido láctico incrustado hasta en los tuétanos.

Para cualquiera de los de mi generación, la bici fue un animal mitológico de la infancia. A lomos de mi BH azul soñé con adjudicarme el Tourmalet, retorcido sobre el cuadro como vi hacer a mis ídolos: Hinault, Perico, Cabestany, Miguel... Luego llegó aquella primera bici de carreras de diez velocidades con la que mi entrañable Manuel Campos Lorca me enseñó todo lo que sé de ciclismo, los fundamentos de esta disciplina que hoy sigo amando tanto como entonces.

Con los años, el ciclismo también fue apareciendo en la literatura que nos fue embaucando. Me quedo con el formidable 'Alpe D'Huez', de Javier García Sánchez. Pero, sobre todo, con un delicioso relato de Miguel Delibes que anduvo años por la biblioteca de mi padre, 'Mi pequeña bicicleta'; una evocación de todo lo que fue en la niñez de cualquiera de nosotros ese «caballito de hierro».

Y, en fin, así fue cómo el miércoles me encontré con una foto de mi bici y sus alforjas, con la que he sido tan libre por kilómetros de senderos y asfalto en tantos caminos. Y los que nos quedan.