El progreso de la humanidad trae grandes dependencias. Camino del 'mundo feliz' a toda pastilla, una batería muerta de un coche eléctrico flamante causa grandes estragos al tráfico -empieza a ser frecuente-, llamas a la grúa del seguro y avería arreglada o arrastre de urgencia, ... poco hemos cambiado. La sofisticación de nuestros hogares y, en general, de nuestra vida, nos hace progresar de forma impresionante en comodidades y prestaciones, pero la tecnología falla a veces. Lo peor es que también a veces se interrumpe el suministro de lo que quiera que sea que hace funcionar estos artilugios o elaboradísimos rudimentos en cuyas manos ponemos nuestro propio desempeño o producción. Fíjense cómo la pandemia y sus medidas nos trajeron la escasez de los semiconductores, cómo el paro del transporte nos dejó por momentos sin leche o la guerra de Ucrania sin aceite de girasol. También la guerra puso el carburante por las nubes, o las complicaciones y el encarecimiento del gas y su desconocido horizonte.

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Con demasiada frecuencia, en esta loca carrera, enseguida nos acostumbramos a depender de sustancias o componentes cuya inmediata llegada normalizamos como abrir un grifo y ver caer el agua, pero sin más garantía de continuidad que la confianza ciega. Lo cierto es que el inventario de causas por cuya cuenta los suministros pueden ver alterada su recepción es cada vez más largo. En lo que respecta a la energía vivimos días de sobresalto, por ahora se trata de su encarecimiento -electricidad, carburantes, gas...-, pero se especula también con su próxima ausencia. Esta vez no porque se agote el petróleo -hablar de ello era la moda en los 70-, pero sí porque se desconecta algún oleoducto, porque hay quien decide vender en rublos, porque hay que sustituir antiguas tuberías por otras en nuevos trayectos... Ya, si eso, hablamos en otro momento de exceso de demanda, energías alternativas aún sin resolver por completo, fuentes de energías blancas o blanqueadas o minas licenciadas apresuradamente sin haber previsto su sustitución de modo satisfactorio.

Estos días son los de la «bonificación 20» de Pedro Sánchez, que han de adelantar los gasolineros de su bolsillo. También son días del «Megavatio-hora ibérico 30» o modalidad ínsulo-peninsular de España y Portugal, a la espera de su aprobación. Sépase que 20 son los céntimos de bajada en los carburantes por cada litro y 30 los euros a pagar por Mwh de gas para abaratar la electricidad. Lo uno es un decreto complicado de aplicar, casi una improvisación, que ha causado el cierre temporal de algunas estaciones de servicio. Lo otro es la propuesta del tándem Sánchez-Costa para lo eléctrico. Ambas cuestiones son polémicas y ambas nos traen locos, una está aprobada hace 72 horas y la subsiguiente requiere del visto bueno de Bruselas. Entretanto, la inflación -la tasa de pobreza que viene- está por las nubes, lideramos el ranking. El Gobierno está dimitido de acción práctica alguna y Pedro Sánchez -fiasco presupuestario de por medio- no sabe qué hacer, por dónde tirar o qué contar. La situación es desesperada, pero Sánchez quiere quedarse...

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