Sr. García .
Carta del Director

El mal ejemplo de la política a tiempo completo

El empeño de algunos cargos públicos en exhibir una actividad frenética los siete días de la semana no debe ser un modelo a seguir y tendría que erradicarse por ser incompatible con la conciliación familiar y personal

Manuel Castillo

Málaga

Domingo, 9 de octubre 2022, 00:25

En los cursos de gestión de equipos y modelos de trabajo se suele contar la historia de un empleado español en Londres que prolongaba su jornada laboral dos o tres horas más que sus compañeros para demostrar su implicación, esfuerzo y ganas de progresar. Al ... cabo de una semanas su jefe lo llamó, le expresó su preocupación y le ofreció ayuda para que pudiera terminar su tarea en el tiempo establecido y no tuviera que quedarse en la oficina más tiempo del recomendado. Es decir, mientras que para el español su actitud era supuestamente un valor, para su jefe era un problema. Viene a cuento esta pequeña historia, que seguro tiene mil versiones diferentes, para exponer el caso de numerosos cargos públicos de la política que consideran un valor desplegar 15 o 16 horas de trabajo diarias durante los siete días de la semana.

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Además, exhiben una omnipresencia en actos, eventos y almuerzos de todo tipo que hacen pensar en un extraño don de la ubicuidad. Quizá piensa usted que me estoy refiriendo al alcalde de Málaga, un ejemplo de este modelo de trabajo a tiempo completo, pero en realidad son muchos los políticos que consideran una obligación estar en casi todos los lugares donde los reclaman. Y la realidad es que no se les puede criticar por ello, porque están allí donde ciudadanos, empresas y asociaciones se lo piden, sean alcaldes, concejales, consejeros o presidentes autonómicos.

Pero habría que preguntarse si el desempeño de un cargo público exige ese tipo de sacrificio personal que impacta de lleno en la familia y, por supuesto, en el equipo de trabajo. ¿Debe un concejal asistir, sea lunes o domingo, a los actos y eventos más variopintos? ¿Debe sacrificar todo por, por ejemplo, unas berzas en cualquier comunidad de vecinos de cualquier barrio? ¿Aporta algo a la ciudad ese esfuerzo, más allá del contacto directo de los vecinos con el político de turno? ¿Y qué ocurre con sus asesores, también sometidos a esas jornadas maratonianas probablemente sin desearlo?

Ocurre que esta actitud, extendida hasta la locura entre los políticos andaluces –desconozco si en el resto de territorios también se produce este fenómeno–, impacta de lleno no sólo en la conciliación familiar sino también en la personal. Ahora que tanto se habla de sostenibilidad y conciliación, no tiene sentido que los políticos den el peor ejemplo posible en la gestión de su propio tiempo. Es como si en estos momentos de sequía un político se pusiese a derrochar agua en su casa como un poseso.

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Porque habría que plantearse que una sociedad avanzada debe exigir de sus políticos que concilien, que estén en casa con sus hijos y su pareja, que tengan aficiones y pasiones, que tengan amigos y que puedan disponer de tiempo para otros y para ellos mismos. Que puedan pasear, hacer deporte, desconectar. Es decir, que hagan lo que hacemos todos los ciudadanos cuando podemos. Sólo así podrán tener un sentido exacto de la realidad y podrán imaginar soluciones a problemas cotidianos. Necesitamos políticos que lleven a sus hijos al cole, que vayan a las tutorías, que hagan la compra, que cenen con sus amigos, que paseen con sus parejas, que jueguen al pádel o salgan a correr, que el domingo vayan al campo o que pasen la tarde en el cine, leyendo o escuchando música.

Porque, ¿cuál es el verdadero objetivo de esa exagerada presencialidad? ¿Beneficiar a la ciudad o región que se representa o fortalecer el perfil político como candidato? ¿Debe emplear un político mucho más de la mitad –cuando no más– de su jornada laboral a asistir a actos y eventos todos los días de la semana? ¿Es preciso que invierta su tiempo en ello? ¿Qué tiempo queda para la gestión?

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Habrá quien defienda la importancia del contacto personal con los electores. Y es verdad. Pero quizá habría que dosificar el tiempo y dejar algún día del fin de semana para la vida familiar y personal del político.

Dicen, porque yo no la vi nunca, que Ángela Merkel iba a la compra con su marido. Pues a mí me gustaría ver al alcalde Paco de la Torre con Rosa Francia en el mercado. Así, con la bolsa del pescado en una mano y la de fruta en la otra. Y no debería entenderse esto como una crítica gratuita, sino como una llamada de atención en beneficio personal y familiar de nuestros políticos. El propio alcalde ha comentado en alguna ocasión públicamente que echa de menos tener tiempo para nadar. ¿Hay algo tan importante que le impida a De la Torre dedicar 40 minutos al día a nadar? Yo creo que no. Exigirles o que ellos se autoexijan el sacrificio del abandono familiar y personal no tiene sentido alguno. Todo debería tener límites y equilibrios.

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Alguno de ustedes se preguntarán: y este artículo a qué viene. Pues que al igual que las empresas trabajamos en mejorar y facilitar la conciliación y el desarrollo personal y familiar de los trabajadores, la sociedad debe hacer lo mismo con sus políticos y, además, exigirles que se conciencien de ello. Sólo así podremos avanzar en retos tan complejos como la conciliación y la igualdad.

La mejor manera de que los representantes públicos tomen conciencia de los obstáculos con los que se encuentran los ciudadanos en su rutina es que vivan y se relacionen como ellos, como gente normal. Porque son muchos los que siguen en una burbuja que se alimenta de ese mal entendido contacto con la gente, una cercanía que a veces es más un síntoma populista que un modelo de gestión eficaz.

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