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María Jesús Montero viene a Andalucía aquejada de dolor autonómico. Al menos eso declaró en su presentación como candidata a presidir la Junta. «Me duele ... Andalucía», afirmó la candidata. Candidata a palos, dicen. Pero ella lo niega. Para ello evocó al Che Guevara y a Lina Morgan. No se sabe si esas serán las directrices de su proyecto político para tratar de revertir la situación de su partido al sur de Despeñaperros. De momento, lo que va a tratar es de remediar su dolencia. La incómoda punzada que le provoca Andalucía. Viene, pues, como aquellos románticos tardíos que curaban sus males en la paz de los balnearios. 'La montaña mágica' sin hamaca y en versión trianera.
Manuel Chaves también fue un candidato a palos y se convirtió en un presidente andaluz casi vitalicio. Aunque eran otros tiempos. El inconveniente mayor para Montero es que la efervescente Andalucía, y bien lo sabe la vicepresidenta, no es un lugar apacible para tomar las aguas. Este no es un destino no se parece a un cementerio de elefantes. Todo lo contrario. La sociedad andaluza es múltiple y está abierta en numerosos frentes. Frontera sur de Europa, la mayor autonomía del Estado moviéndose continuamente entre la tradición y la innovación. Y con un partido, el socialista, el suyo, que todavía no se ha recompuesto después de haber perdido una hegemonía que le parecía connatural desde que en los umbrales de la Transición se asociara PSOE -por la carga simbólica y real de Felipe González y Alfonso Guerra- con Andalucía.
La encomienda que le han hecho es complicada. Coser un partido que en Andalucía se encuentra desmoralizado, sin un rumbo claro, ramificado y muy numeroso. Y además, contradiciendo la retórica de la que han hecho gala Pedro Sánchez y sus adláteres, viene designada no por las bases, sino por el dedo de la cúpula. Por el de ese Pedro Sánchez por el que se viene desgañitando, aplaudiendo y brincando, la dolorida María Jesús. Además de evocar al guerrillero argentino y a la cómica del teatro de La Latina, la vicepresidenta aseguró que viene a completar una tarea que quedó interrumpida, dando a entender que 37 años en el poder de la Junta no son nada. Más o menos como en el tango, solo que casi doblando los veinte años del cántico argentino. Su afán y su capacidad de trabajo tienen un enorme desafío por delante. No solo debe desbaratar la máquina del fango local y la amenaza de la ultraderecha -por más que aquí la ultraderecha no gobierne ni por suerte se la espere- sino convencer a su partido y luego al electorado de que su dolor por Andalucía es real y no solo un recado que le ha hecho su jefe.
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