Sr. García .
Carta del director

El dilema de Alberto Garzón

El exministro malagueño da marcha atrás y renuncia a entrar en una consultora frustrado por las críticas de su propio entorno, un ejemplo más de cómo la política tritura todo cuanto encuentra a su paso

Manolo Castillo

Málaga

Domingo, 18 de febrero 2024, 00:04

Acento es una consultora creada por los exministros Pepiño Blanco (PSOE) y Alfonso Alonso (PP) que se dedica a hacer fácil lo que para las empresas o cualquier ciudadano es difícil. Se puede decir, para entendernos, que es un despacho especializado en abrir puertas gracias ... a sus contactos y a sus agendas. Ya se sabe que una llamada telefónica es mucho más eficaz que decenas de expedientes e informes. No deja de ser curioso que ellos, estos dos exministros, se dediquen a navegar con éxito por la maraña burocrática y administrativa que ellos mismos contribuyeron a crear. Nadie mejor que ellos sabe moverse por esos ambientes. Lo que el negocio une que no lo separe la ideología.

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Pero esto no es nada nuevo. Existe desde el principio de los tiempos e incluso en algunos países, como en Estados Unidos, la actividad de crear 'lobbies' está regulada. Es más, José María Aznar contrató a la empresa Piper Rudnick, un 'lobby' estadonidense, para que le ayudara a conseguir la Medalla de Oro del Congreso por sus grandes méritos. Oficialmente ese despacho se comprometía a «reforzar relaciones con la Casa Blanca, con el Departamento de Estado, con otros departamentos ejecutivos y agencias y con el Congreso de Estados Unidos». Hoy por hoy, nada se puede conseguir en Bruselas si antes no se trabaja para generar un estado de opinión y para ganar adeptos a la causa, sea esta cual sea.

Resulta que Acento le hizo una oferta al exministro Alberto Garzón, de Izquierda Unida, para que se incorporara al despacho como director de Prospectiva Geopolítica, que imagino que era el mejor nombre para no decir gran cosa. Y no crean, este tipo de trabajos no siempre salen bien, porque depende del negocio que el contratado sea capaz de llevar al bufete.

Me contaron en una ocasión cómo un despacho de prestigio quedó impresionado en una cena cuando en el móvil del político al que iban a incorporar sonó una supuesta llamada de un miembro de la Casa Real. Para ellos fue la guinda a un fichaje de relumbrón que, sin embargo, acabó como el rosario de la Aurora porque nada se tradujo en buenos ingresos para el despacho. Y así la mayoría de las veces. Es absurdo alarmarse por la trastienda del poder, hoy mucho más controlada –si eso es posible– que hace unos años.

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Garzón aceptó, convencido según él de que podía seguir trabajando por el 'ecosocialismo' y, al mismo tiempo, ganarse la vida más allá de la aspiración de ser profesor universitario. Resulta curioso cómo muchos políticos ven la universidad pública como un retiro dorado y tranquilo... Esa es la idea de universidad que tienen.

Pero resulta que el entorno de Garzón (Izquierda Unida, Podemos y Sumar) saltó a la yugular del exministro acusándole de poner en peligro la imagen y los resultados electorales –siempre los resultados electorales– de sus formaciones. Tanto fue así que Garzón rectificó no sin antes reconocer su frustración. Es decir, no se trata de coherencia, sino de frustración.

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Y sobre todo herido por críticas como las de Pablo Iglesias, que se cobró cuentas pendientes y sacó la rabia acumulada desde que a él le criticaron por comprarse un chalé con piscina. Debería recordar que no se le criticó por ello –todo el mundo tiene derecho a vivir donde quiera y pueda–, sino porque meses antes había asegurado que nunca se iría de Vallecas y criticó sin piedad muchas de las cosas que luego él mismo hizo.

Todo es absurdo. Y todo es cara a la galería. Garzón tiene derecho a trabajar donde quiera y sólo la ley y su conciencia pueden ponerle límites. Es curioso cómo los partidos emergentes tras el 15M son, precisamente, los que han caído en mayores contradicciones éticas y políticas. Entre todos ellos, por ejemplo, la traición es una herramienta más de este juego que manejan con maestría.

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Incluso muchos de los periodistas que lanzan hoy sus críticas más ácidas deberían analizar su propia trayectoria, en la que sus argumentos cambian en función de quién les paga.

Garzón es víctima de los propios prejuicios y complejos de una clase política que se sustenta sólo en el relato, en las frases impactantes y, sobre todo, en parecer antes que en ser. Es como un Instagram, lleno de filtros y falsedades, en el que tratan de convencernos de unos principios y valores que luego se diluyen en la realidad. Garzón tenía derecho a trabajar en Acento, en construir la carrera profesional que quisiera, pero ya se sabe que la política es una trituradora que no se detiene ante nadie. Porque la frustración que demuestra la carta de renuncia de Garzón o la frustración que destilan las críticas de Pablo Iglesias no son más que la demostración de que son rehenes de sus propias contradicciones y de una realidad que nos venden que no deja de ser falsa en la mayoría de los casos. En una semana nadie se acordará de Garzón y entonces pensará si esa renuncia le ha merecido la pena.

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