El presidente de EE UU, Donald Trump. Afp

30 días que cambiaron el mundo

Que Trump era un personaje ambicioso, autoritario y carente de escrúpulos en su afán por ganar dinero y exhibir popularidad ya lo había demostrado

Miércoles, 26 de febrero 2025, 00:17

Estamos viviendo unos días sin precedente. La historia nos recuerda fechas nefastas, como fue el acceso al poder de Hitler en Alemania, pero ninguna puede ... servirnos de precedente de lo que está ocurriendo en el Mundo desde el momento en que el presidente Donald Trump volvió a sentarse en el despacho Oval de la Casa Blanca, lo cual hay que interpretar, y esta vez más, que la Administración Norteamericana pasó de ser la potencia más influyente en una verdadera máquina de decisiones y amenazas de cambiarla en un presunto imperio universal para el que no existen límites ni fronteras.

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Que Trump era un personaje ambicioso, autoritario y carente de escrúpulos en su afán por ganar dinero y exhibir popularidad ya lo había demostrado antes de inmiscuirse como intruso en la política, pero cuando su vanidad comenzó a intentar incrementar el poder, personal, enseguida confirmó sus ambiciones y, respaldado por algunos millones de votantes que empezaban a compartir sus bravatas y demagogia ultra nacionalista, hasta el extremo de llegar nada menos que a la cumbre del poder no sólo de su país, donde ya había demostrado sobradamente su condición psicópata, sino también universal. Durante su mandato pasado todas las barbaridades que protagonizó desencadenaron escándalos que el tiempo fue amortiguando.

Al fin y al cabo, la impresión tanto nacional como internacional fue amortiguándose gracias a la tolerancia de una opinión pública y una diplomacia internacional que optaba por tranquilizarse con la idea de que pasaría con el tiempo que discurre la legislatura. Y efectivamente, cuatro años después, su pretensión de ser reelegido se frustró en las urnas de una manera clara con una derrota que él en su carencia de principios democráticos – que nunca había compartido rechazó. Lejos de asumir la realidad, volcó todo su empeño en descreditar a los encargados de los recuentos, en acusar en diferentes Estados de pucherazos y provocando incidentes que culminaron en lo más imaginable, un intento de golpe de Estado para recuperar el poder sin precedente en ninguno de los cuarenta y cinco presidentes que le habían precedido.

Pero cuando llegó el momento de intentar vengarse, cuando surgieron nuevas elecciones, la férrea defensa de sus fanáticos, bien respaldados por la clase multimillonaria que se disputa la autoridad mundial del dinero y especialmente el desastre de la oposición demócrata que no acertó a encontrar un candidato con la premura y la falta de ideas claras de frenar sus posibilidades de éxito, acabó siendo el vencedor, en medio de los pésimos recuerdos de su pasado agravados por su afán de venganza, su carencia de conocimientos e insensatez se ha estrenado ostentando su capacidad para firmar ordenes ejecutivas (decretos) contra un reloj que no apremiaba lo que desencadenaría un desastre muy difícil de encarrilar.

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En cuestión de horas dejó claras pretensiones tan absurdas como adquirir territorios ajenos, como si se tratase de fincas en venta, cambió el nombre del mapa, instauró la censura a la agencia de noticias más importante por no respetar el nombre al tradicional Golfo de México, cambió de golpe las relaciones con el resto de los países aliados, se precipitó a expulsar en vuelos miliares a trabajadores extranjeros, cambió a sus amigos por sus enemigos y, como ha descrito enseguida la opinión pública, dio la vuelta a la estabilidad precaria que disfrutábamos para poner a un mundo que requiere mantenerla, patas arriba.

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