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Ahora,justo ahora, lunes primero de diciembre, es cuando hay que hablar de la Navidad. Porque sí, la Navidad es populismo, pero un populismo que siendo masivo es familiar. Ahora da gusto ir por Larios y creernos una realidad, que somos tan Europa como Berlín, como la Alsacia, como esos mercadillos con nieve y renos y bajo un frío inexistente o timorato al que se le vence con vino de la tierra. Ahora, en la víspera de que Sánchez nos venda a la 'charnegocracia' obediente de Gabriel Rufián, hay que andar por Larios, mirar a los lados y sentir que el brillo y el muérdago y diciembre están ahí desde hace tiempo.
No hay que hacer la estampa tópica de la Navidad con los niños buenos que compraban bombetas en la Alameda y los malos, que comprábamos SuperWillys en La Mosca y bengalas en las Cuatro Esquinas del Palo. No hay que hacer ninguna estampa previsible, pero ahora hay un jardín oloroso y sonriente que es el Valle de los Galanes donde las naranjas están reventonas y Gerardo saca el whisky, al sol picoso de diciembre. Es el tiempo en el que la gran Henar Sastre saca la cámara y las lágrimas delante de mí y de Magnífico Margarito y de Cu.
Ya llegarán los días claves y sentiremos el vacío de los festivos, que ni aportan ni son festivos. De las cenas de Navidad antes de Navidad sólo hay que consignar que el mañana también existe, y que el maquillaje hace milagros y que el desfase es una forma de equilibrio. Hay quien cruzará la Inmaculada y el Puente de la Constitución como el último festivo, y quizá lo sea porque ya en esta tierra vieja y querida ni queda Constitución ni queda una hectárea inmaculada. Qué le vamos a hacer.
Por lo demás, hay un estrés de guisos en Pedregalejo, y hasta Antonio el Ingeniero hace callos que no me llegan y que quizá les llegue a Quim Torra, que sabemos que es de flatulencias fáciles y agradecidas con callos, morcilla y todos los avíos del chiste de Paco Gandía. Desde la calle de Juan Valera se ve en lontananza un perfil que es el más mío, el de las chimeneas que desmienten el Paraíso -o el Paraíso desmiente las chimeneas- y hay una sinfonía de humos y de casas mata con perro infartado de los petardos que tiré y los que me quedan por tirar.
De algún modo los bohemios (y sus gestores y sus psiquiatras) saben -sabemos- que entra diciembre con un tipismo que nos encanta porque sin diciembre y sin Semana Santa seríamos otros; presumiblemente bastante peores.
Diciembre llega cuando más aprieta en esto que queda de lo que pudimos. Por eso lo queremos tanto. Como a Iceta y a Greta la del barquito.
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