Días de sabañones
INTRUSO DEL NORTE ·
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INTRUSO DEL NORTE ·
Extraño el paraíso que nos está vedando la pandemiaLunes. España asiste al espectáculo lamentable de reprocharse la nevada, el meteoro. Como si de la atmósfera tuviera culpa un colectivo u otro. Van llegándome ... fotografías de la Sierra sobre la Catedral, y encerrado en un sótano de nieve, con un frío de destetar HdP, pienso en el Paraíso que nos está vedando la pandemia.
Martes. Uno somatiza el dolor de lo que nos pasa. He cogido frío, un frío como una nevera entre el pecho y la garganta. Ando preocupado, decido dormir entre la alucinación de la fiebre. En el duermevela leo en estas páginas virtuales que en la base del Torrecilla se han alcanzado temperaturas siberianas. Recuerdo al columnista que fui yo, tocado por la Meteorología como una de las bellas artes. En plena fiebre todo me da miedo. El sonido de las ambulancias, toses que imagino. Comprendo la vulnerabilidad de todo esto que es el oficio de residir en la tierra.
Miércoles. Sueño, de la mano de Enrique, que estoy a nivel del mar. Que no hay pandemia, que por la playa del Palo ya nadie lleva mascarillas y puedo darle a las conchas finas y a los chanquetes (perlas de mar fritas, que diría Manolo Alcántara) con cierta perspectiva de futuro. Pero lo que pasa es que hay menos dosis de vacunas y las que hay van para esa casta privilegiada de los alcaldes. La vida, la supervivencia, como una mera cuestión municipal. El termómetro da 35,6 y afuera los camiones de la UME intentan limpiar España de Filomena, plaga bíblica. Acaso sólo falta que caigan langostas.
Jueves. Pienso en la maldad a raíz de lo sucedido en Cártama. Cómo el Melillero pudo tener la sangre fría para rociar de ácido a sus semejantes. Los sucesos, en el fondo, son el periodismo más cercano al corazón del alma humana. En la crónica de los Cano y Frías va quedando patente aquel verso de Federico de que la vida no era bella, ni noble, ni buena.
Viernes. Empiezo a pensar seriamente en aislarme, en dejar las multitudes capitalinas y comprarme un terrenito en Olías. Meter allí la caravana y sembrar algo, viendo la ciudad y el mar a los pies. Las cifras de muertos y de contagios se me trasponen a la voz de castrati mentirosillo de Simón. No lloro, porque estoy en un lugar público. No faltan ganas.
Sábado. Escribo a autoridades pertinentes e impertinentes, por 'guasap' y bajo la atenta mirada de Marquitos Ondarra, pidiéndole que no nos encierren, que agilicen la vacuna y dejen el pasteleo y la gresca. Recibo emoticonos por respuesta y me acojono aún más.
Domingo. En la cama, viendo las fotografías/perspectivas de Montano y releyendo a Josep Pla. Mi compañero de piso me trae un colacao hirviendo y pienso en que también hay ángeles de la guardia aquí, a mi verita.
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