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Días felices en Peiró

INTRUSO DEL NORTE ·

La mente es libre en el confinamiento. Yo he soñado con aquel Málaga soleado, un paraíso en Martiricos

Lunes, 23 de marzo 2020, 07:26

En un búnker, a 381 kilómetros a vuelo de pájaro de La Rosaleda, anda la memoria a flor de piel. Cosas del confinamiento, que uno empieza a sacar la materia gris y proustiana de todo y a recordar cuando roneábamos niñas monas del Limonar en el paseo del Limonar (sic) con una zipp prestada... cuando éramos buenos salvajes y desde el Cerrado de Calderón hasta Lauri bajábamos tumbados en un monopatín. O aquel equipo de hockey hielo y en línea, 'Los rompehuesos', que acabamos fusionando con la escuadra del Platero y los partidos bestias que jugábamos contra 'Los mapaches' de por allí, de por detrás de la avenida de Andalucía, y el 11 en patines y casco y con un diente sangrante en la mano.

De todo eso, ay, vamos haciendo una memoria mágica en las largas horas de mirar al techo y de airearnos un tanto de las redes y de tanto cursi hecho prosista o poeta. La cabeza no procesa más epidemiología y pide un parchís con Juan de Dios, una película de Stallone y que en el Facebook la gente deje la trascendencia, Dios, la trascendencia.

Con la muerte de Peiró volví a a recordar, en un mecanismo sonoro de la memoria, el petardeo de los altavoces de La Rosaleda en los primeros compases del himno. Fogonazos del tiempo más feliz de la infancia con mi amigo, el Batman de La Mosca, comiendo pipas y peinado de 'Bad Boy'. Peiró era aquella falta de Roteta, Bravo con la mano entablillada, Basti por un lado y Catanha volando... paleños todos. Peiró fue el mago de aquel Málaga que hizo mucho por la ciudad, hasta que se creyera a sí misma. Peiró fue también mi primera entrevista radiada y el recuerdo de su polo de un blanco centelleante cuando se iban a prepararse al Pirineo.

Entonces usábamos una muletilla en la radio que decía algo así como «Joaquín Peiró, el técnico malaguista», que era eufónica, redundante, pero que nos servía para pensar que íbamos a gritar a continuación desde aquellas cabinas sin ventilación de La Rosaleda con aluminiosis. Y sol, siempre sol en aquella Rosaleda.

Y antes, en segunda, Catanha por la autovía, el tito Gabi, Sergio y yo hablándole en gallego a la gaviota desde el coche y el Luto atrás, riéndose de un domingo futbolero. Peiró, visto a la distancia, queda como otro ángel tutelar de la ciudad: en diferente campo, según sus habilidades, el galgo del Metropolitano fue desde el Banquillo lo que Pedro Aparicio fue desde La Casona.

En estos días en que todo está a flor de piel, la muerte de Peiró me ha abierto un álbum en technicolor del niño que se hacía periodista deportivo en aquel Málaga de los anexos. El recuerdo es una potencia del alma, se nos vienen en el duermevela retazos de otros tiempos y de otra Málaga. Y así pasamos los días en el sotano, sí, a 382 kilómetros de Martiricos. Y a muchos años de aquel equipo que aún soñamos.

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