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Paco J. Corpas
Director Escuela de Espectadores. UMA+55. Factoría Echegaray_Teatro Cervantes
Jueves, 27 de marzo 2025, 01:00
Sabemos que en el origen del teatro se realizaba una ceremonia religiosa que reunía a un grupo humano para celebrar un 'rito' agrario o de ... la fecundidad, inventando argumentos en los que un dios moría y resucitaba, se organizaban una procesión, una orgía o un carnaval. La división entre actores y espectadores, el establecimiento de un 'relato mítico' y la elección de un lugar específico para estos encuentros instauraron poco a poco el deseo de un 'acontecimiento teatral'. Sus medios de expresión fueron el baile, la mímica y la gestualidad, el canto y, posteriormente, la palabra.
Desde 1962, cada 27 de marzo celebramos el Día Mundial del Teatro organizado por el IIT, Instituto Internacional del Teatro, y se proclama un 'manifiesto' escrito por personalidades del mundo de las artes escénicas, el primero, en 1962, fue del gran dramaturgo y cineasta francés Jean Cocteau, y ya entonces nos dijo, «por gracia del privilegio teatral, se da esa paradoja de que la historia, que se deforma a la larga, y el 'mito', que a la larga se fortalece, encuentran su verdadera realidad sobre las tablas», sobre el escenario.
Sesenta y tres años después, en este 2025, el manifiesto lo ha escrito el prestigioso director de teatro griego, educador, autor, fundador y director artístico de la Compañía de Teatro Attis, inspirador de las Olimpiadas de Teatro y presidente del Comité Internacional de las Olimpiadas de Teatro, Theodoros Terzopoulos, que nos pregunta, «¿Puede el teatro escuchar la llamada de auxilio que los tiempos modernos están enviando a un mundo habitado por ciudadanos empobrecidos y encerrados en las celdas de la realidad virtual y atrincherados en su asfixiante privacidad? ¿Puede hacerlo en un universo de existencias robotizadas dentro de un sistema totalitario de control y represión que abarca la totalidad de la vida?».
Si el concepto de progreso en nuestra sociedad de ¿consumo, global, financiera, capitalista, neoliberal?, se diluye galopantemente en una 'virtualidad', cómo conseguir que la verdadera Cultura de progreso, con mayúsculas, se centre en el ser de las ideas y en la capacidad de instaurar, a través de una de sus ramas, el Teatro, un espacio para volver a creer y rescatar la humanidad de las espectadoras y espectadores, la ciudadanía, para que pueda encontrarse con el hecho teatral de forma tangible y directa.
Terzopoulos nos interpela, «Un sentido generalizado de temor por el Otro, el Diferente, el Extraño, domina nuestros pensamientos y nuestras acciones. ¿Puede el teatro funcionar como un espacio de trabajo para la coexistencia de las diferencias sin tener en cuenta la herida abierta? La herida abierta nos invita a reconstruir el Mito».
El 'mito' en su origen, se refiere a la fuente literaria o artística, que en castellano suele ser traducida por 'fábula', designando la serie de hechos que constituyen el elemento narrativo de una obra teatral, y, para ello, es necesario que el acontecimiento alimente a los espectadores, de forma que superen el miedo a los otros, al resto de la ciudadanía, para que el encuentro a través de la escena redunde en lo socio educativo y abra conciencias de solidaridad y afectos.
En cualquiera de las distintas artes escénicas y a través del drama, se produce la esencia del 'juego', lucha por algo o una representación de algo. Pero se 'juega', se lleva a cabo la representación, dentro de un campo de juego propio, delimitado como fiesta, es decir, con alegría y libertad. «La cultura humana brota del juego -como juego- y en él se desarrolla. El juego existió antes de toda cultura», nos enseñó Johan Huizinga ya en 1938 en su libro 'Homo ludens', y continúa, «los conceptos de rito, magia, liturgia, sacramento y misterio entrarían, entonces, en el campo del concepto 'juego'. Sólo en una fase posterior se adhiere a este juego la idea de que en él se expresa algo: una idea de la vida».
El juego auténtico, independientemente de sus características formales y de su alegría, lleva, indisolublemente unido, otro rasgo esencial: la conciencia de ser «como sí», al igual que la niña y el niño, que desde sus primeros balbuceos y en su desarrollo continuamente juega «como sí», principio de la acción, de la actuación de ser en el mundo, la necesidad de contar historias; continúa Huizinga, «en el lenguaje, primer y superior instrumento que la humanidad construye para comunicar, enseñar, mandar; por el que distingue, determina, constata; en una palabra, nombra, es decir, levanta las cosas a los dominios del espíritu. Jugando fluye el espíritu creador del lenguaje constantemente de lo material a lo pensado. Tras cada expresión de algo abstracto hay una metáfora y tras ella un juego de palabras. Por tanto, en el mito encontramos también una figuración de la existencia, sólo que más trabajada que la palabra aislada».
Por tanto, nuestra esperanza y compromiso es la educación como arte, el arte que educa y transmite historias a través de las formas escénicas, verbal, corporal, musical. Divulgar y hacer llegar el Arte como cultura viva que transforma conciencias y eleva el espíritu frente a la información como arma letal y falsa, frente al mensaje como dogma, al teatro como mero entretenimiento.
Theodoros Terzopoulos finaliza el manifiesto demandando: «Necesitamos nuevas formas narrativas cuyo objetivo sea cultivar la memoria y darle forma a una nueva responsabilidad moral y política que emerja de la actual dictadura multiforme de esta nueva Edad Media que vivimos en nuestros días».
Seguramente esa demanda se encuentre en los distintos lenguajes de la escena contemporánea, que a través del reflejo en ella de los múltiples cambios sociales acontecidos aceleradamente en este primer cuarto del siglo XXI, de mestizaje, de revolución tecnológica digital, de multiplicidad y fragmentación comunicativa, de aceleración versus contemplación, hacen que el fondo y la forma de la representación teatral contemporánea, incluyan en sus propuestas ética y estética, valores y denuncias tan faltos entre los mensajes de las otras 'herramientas culturales' al uso y que nos invaden por doquier en redes.
El teatro para los próximos 25 años del siglo XXI debe seguir bebiendo de los orígenes, de la ritualidad, del mito, para conformar una escena integral, vital y crítica, amplificando las luces y las sombras de nuestra cambiante sociedad, para que los espectadores, 'expectantes' reencuentren la diferencia entre los poderosos y los débiles, los opresores y los oprimidos, y como nos enseñó nuestro genial maestro y dramaturgo, Miguel Romero Esteo, «el Teatro movilice y amplíe conciencias y revolucione la vida cotidiana».
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