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Mar, desamor y desescalada

INTRUSO DEL NORTE ·

Me preguntan que qué he aprendido de Manolo Alcántara al año de su muerte y yo respondo que el hedonismo. Y la mar

Lunes, 27 de abril 2020, 09:03

Se alteran bodas y vidas. Lo natural va siendo el confinamiento, la falta de sol, la cara de covachuelista y la convicción de que la guerra no irá de izquierdas o derechas, sino de los del sótano sin luz a por los de los balcones vacíos. Dejad que los niños se acerquen al parque por la puntita, claro, nos dijo Iglesias con su tono de predicador con escoliosis, engominado, cuando aquí los niños de Huelin lo que necesitan es amplitud y bajarse al viejo mar.

Los niños son el futuro, y de ellos depende que vuelvan las colas en la Heladería Inma, los jueves de morrillo de atún en el mercado de Pedrega, las noches de El Pimpi Florida, la sabiduría occidental y algunos años más de progreso y bienestar en esto que aún recordamos como el paraíso. Una hora al día, con su trajecitos de carceleros, es una felicidad mínima que hemos arrancado al populismo y que el populismo ha vuelto a convertir en pancarta: primero la igualdad, después los niños...

Con la pandemia he vuelto a acordarme del mar, de la playa, de aquellas tardes en el espigón o en el murito que creo que serán ya parte de la mejor historia. Sin bares y sin playas, ay, uno ha vuelto a telefonear a amores antiguos que, o han cambiado de prefijo, o nos han hecho una cobra 5.0. Ni Enrique, confinado en mi piso, ni yo mismo vamos viendo que la desescalada pueda venir correspondida con una novia paseable por las mesas de Pedregalejo en el crepúsculo, con el café frío y el postureo de las gafas de aviador.

Yo ahora me acuerdo de Estefanía, de Duquesa Rodríguez, de Paloma y de Martita en unas fotos antiguas en las que de fondo se ve el mar, apacible. Ellas quizá ayer pasearan a sus criaturas, le limpiaran los grumos de la rúe, cargaran con los triciclos y con la indiferencia de que yo ya les soy como un tiempo pasado.

Esto de la desescalada es una X, una incógnita para que los faros cursis de costa vigilen unas bahías vacías sobre las que se impondrán el silencio y la burocracia. Será verano con un San Juan contenido, sin aroma a espeto y a tintorro; las playas quedarán vacías de cordobeses sin sandía, sin pelos de hombre y campiña en las horas centrales del Tour que retrasaron.

Sueño con el mar, y jamás creí que iba a echar de menos las natas, la compresa flotante, la ducha de aluminio que no quita la arena y ese polvo/miasma que se le queda a las calas de Pedregalejo: cercanas a la felicidad y contrarias a las dinámicas de las mareas.

Me acuerdo de la mar esa de junio que está como aceite, Roberto López me pregunta que qué he aprendido de Manolo Alcántara al año de su muerte y yo le respondo que el hedonismo y la mar, sí, que serán lo único que nos salven del Gran Hermano.

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