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El día del derrumbe

Si nos parece bien seguir con este modelo o si queremos un cambio lo podremos decir en las urnas muy pronto

Martes, 2 de abril 2019, 00:18

El domingo fue triste para Málaga porque ese día muchos ciudadanos se encontraron con la pena y con un sentimiento de derrota al ver las imágenes del derribo de La Mundial, el antiguo palacete de Eduardo Strachan, casa burguesa que fue convertida en pensión y ahora transformada en escombros; quién sabe si dentro de poco tiempo pasará a ser arena para la playa de la Misericordia. Cunde la certeza de que la ciudad, o por lo menos la parte más importante de ella, ha quedado sometida a unos intereses que siempre son los mismos. No sé si los que estamos tristes podremos aliviarnos al ver una réplica del palacete que será reconstruida a modo de pastiche a unos pocos metros del hotel, en un claro ejemplo de 'fachadismo arquitectónico'. Sí convendremos en que todos necesitábamos ver de una vez rehabilitada esa zona tan abyecta, ese boquete. Pese a que a uno el edificio en cuestión le pueda parecer más bien feo y totalmente desorbitado, tener obra de un premio Pritzker puede resultar un consuelo. Dicho sea por el alivio.

Aquel día del derrumbe, estábamos en el Puerto y alguien señaló que, si no se hubiera tirado el edificio del Silo, no sería posible el paseo, y es cierto. Sin embargo, el Palmeral de las Sorpresas, con ese nombre tan cursi, es un espacio en su mayoría público y dedicado al esparcimiento y que ha sido espacio ganado a la ciudadanía, y en el hotel que se construirá lo máximo a lo que podemos aspirar es a ser camareros, emborracharnos en su terraza o a pasar una noche loca con gente extranjera que venga de visita.

Más allá de las cuestiones legales, los cerca de quince años que se ha tardado en hacer realidad este polvoriento sueño habían jugado en contra de la demolición. Si entonces había una palpable necesidad de hoteles en Málaga, hoy hemos perdido la cuenta del número de alojamientos proyectados en la ciudad. Tantos que cabe preguntarse si va a haber negocio para tantos, en un lugar donde los gobernantes están convencidos de que es más provechoso que los inmuebles se dediquen a apartamentos turísticos en lugar de espacios para oficinas o, simplemente, viviendas que alivien el escandaloso aumento del precio del alquiler en Málaga.

Durante todos esos años y después de que se hayan derruido tantísimos edificios históricos en una época en la que lo que se hace en Europa es rehabilitar, La Mundial se había convertido en un símbolo de resistencia cuyo peso emocional iba más allá de su arquitectura. Ahora, la sensación de que este pulso lo ha perdido la parte más sensible con la identidad de la ciudad puede resultar dolorosa. La creencia de que, si seguimos así, pronto no quedará nada nuestro en esta ciudad está al acecho. Lo que está claro es que si nos parece bien seguir con este modelo o si de verdad queremos proponer un cambio, es algo que tendremos que decir en las urnas muy pronto.

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