Durante el último fin de semana del pasado mes de junio, los colectivos de familias y docentes del Proyecto Roma nos reunimos en la Granja Escuela Molino de Lecrín (Dúrcal, Granada), para compartir nuestro trabajo de investigación del año académico. Son días de reflexión, diálogo ... y convivencia entre adultos mientras que las niñas y los niños, con monitoras y monitores de la Granja, hacen sus actividades. Durante la mañana del sábado nos sorprendió la noticia aparecida en el diario SUR: «Padres de niños con discapacidad se reúnen para evitar el cierre de los centros de educación especial. Crean una plataforma para frenar las reformas legales que debaten varias autonomías que buscan escolarizar a todos los alumnos en colegios e institutos ordinarios».
Sin ánimo de generar ninguna polémica con otras familias y con otros docentes no podemos comprender cómo es posible que todavía se siga dudando de que el lugar para la educación de todas las niñas y todos los niños sea la escuela pública. En España se han cometido abusos en la aplicación de las leyes y normativas educativas (LOGSE, LOCE, LOE, LOMCE) al responder a la diversidad del alumnado con programas específicos y diagnósticos centrados en los sujetos, en sus familias y no en las instituciones educativas. En una democracia consolidada no hay que establecer programas específicos sino erradicar la exclusión. La educación inclusiva no tiene nada que ver con la educación especial, ni con los programas de compensatoria, ni con las adaptaciones curriculares, ni con el profesorado 'sombra', sino con el hecho de construir una nueva escuela pública que dé respuesta a todas las niñas y niños, y también a los jóvenes, sin excepción alguna. Es otra escuela pública la que necesitamos. ¡Dejemos de hablar de personas discapacitadas y hablemos de problemas en los modelos educativos y de la formación de calidad en el profesorado!
Entendemos por escuela pública la institución donde todas las niñas y todos los niños, desde infantil hasta la universidad, se educan bajo los principios de libertad, equidad y calidad, cuyos fundamentos son las leyes que la ciudadanía elige libremente sin depender del ideario religioso o de otra índole. Como la sanidad y la justicia, son bienes a preservar igual que lo debemos hacer con los ríos, las montañas y la naturaleza, en general. La escuela pública es la escuela que emana de los Derechos Humanos (1948) y de los Derechos del Niño (1989).
Hablar hoy de educación pública es hablar de educación inclusiva como forma de dar respuesta al derecho de todas y de todos a una educación equitativa y de calidad. No es una moda, es una necesidad social. Pensar en niñas y niños que aprenden de distinta manera es seguir anclados en un discurso deficitario propio de tiempos pasados. Si pretendemos construir una sociedad justa, democrática y culta, la escuela pública debe ofrecer modelos equitativos donde no haya ninguna niña o niño, ni ningún joven que por razones de género, etnia, religión, hándicap, sexo, procedencia económica o social esté excluido. Es imprescindible que responsables de las políticas, profesorado, investigadoras e investigadores contraigamos el compromiso moral de orientar la educación hacia la equidad. Mientras haya un alumno o una alumna en una clase que haya perdido su dignidad y no sea respetado como es, ni participe en la construcción del conocimiento con los demás ni conviva en condiciones equitativas a sus compañeros y compañeras, no habremos alcanzado la educación pública. Y su finalidad fundamental es que todas y todos aprendan a pensar y aprendan a convivir.
Su rango distintivo es qué entiende por diferencia. Igualdad en la diversidad es la expresión más acorde con nuestro pensamiento de equidad en el Proyecto Roma, porque cada persona no debe recibir igual que otra, sino en función de lo que necesita. No se trata de igualdad de oportunidades, sino de igualdad de desarrollo cognitivo y cultural, de oportunidades equivalentes. Como muy bien nos recuerda la UNESCO: La educación inclusiva es un proceso que entraña la transformación de las escuelas y otros centros de aprendizaje para atender a todos los niños, tanto varones como niñas, a alumnos de minorías étnicas, a los educandos afectados por el VIH y el sida y a los discapacitados y con dificultades de aprendizaje. El proceso educativo se lleva a cabo en muchos contextos, tanto formales como no formales, en las familias y en la comunidad en su conjunto. Por consiguiente, la educación inclusiva no es una cuestión marginal, sino que es crucial para lograr una educación de calidad para todos los educandos y para el desarrollo de sociedades más inclusivas (UNESCO, 2008 p. 5).
Esto que decimos no es una utopía irrealizable, sino un proyecto moral al que debemos unir nuestras fuerzas para construir una escuela donde el reconocimiento de la diversidad esté garantizado como valor y no como lacra social, y nuestras niñas y nuestros niños, y también los jóvenes, sean amantes de la verdad, de la bondad y de la belleza.
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