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VIOLETA NIEBLA
Lunes, 24 de marzo 2025, 01:00
He dejado las redes. Lo siento como un suicidio social. Un salto al vacío de... ¿la soledad?, ¿el aburrimiento?, ¿la libertad?
Llevo una semana sin ... entrar a Instagram. Sin compartir mi vida privada y sin ver la de los demás. ¿Qué se siente? Se siente bien. O no se siente nada.
Lo tenía como un tic. Consultaba Instagram, miraba el móvil con una inercia extraña cada pocos minutos, como en un acto reflejo. Un golpe seco en la rodilla, con su consecuente movimiento ascendente y bajada por la fuerza de la gravedad. Entrar, mirar, no ver nada, salir y seguir con la vida. O, quizás, como esa sensación de: ¿habré cerrado el coche? Volver a mirar una y otra vez. Esa sucesión de imágenes en movimiento.
Mis amigas me preguntan qué tal lo llevo, y la verdad es que no lo echo de menos. Ahora decido a quién le mando esta foto que le he hecho a Rómulo, a quién este selfie en el que no me veo del todo fea, a quién el plato de garbanzos y a quién la foto de las amigas que han venido a tomar un vino a casa. Ahora mis fotos llevan nombre y destinatario.
Antes, al subirlas a un storie que duraba 24 horas, esperaba mirar los corazones que recibía. Es una especie de esperar que la foto llegue sola a esa persona a la que estoy pensando que le gustaría.
También tengo más tiempo para leer, para escribir en mi diario y para mirar por la ventana. No sé cuánto me durará esta pausa, porque evidentemente sé que no es algo definitivo, ni algo de lo que quiera prescindir para siempre. Pero sí siento que un descanso, una especie de purificación, puede venir bien cada cierto tiempo.
Ojalá hubiera llevado igual de bien la semana que me hice vegana, pero volví a la carne en seis días. Siempre cuento aquello que hice después de ver un documental como una gran hazaña y un fracaso absoluto. La constatación de que soy un animal carnívoro por naturaleza.
Sin embargo, con esto de las redes, no lo estoy sufriendo tantísimo. La constatación de que soy, en realidad, una lesbiana victoriana por naturaleza. Volver a mandar mensajes más largos, a escribir dedicatorias, a esperar que la gente se dé cuenta de que no estoy y ver si alguien me echa de menos.
Quizás esto no sea más que un experimento. Un test para ver cuánta vida sigue existiendo fuera de la pantalla, cuántos pensamientos siguen su curso sin la necesidad de compartirlos. Por ahora, disfruto de esta calma, de que mi atención vuelva a pertenecerme un poco más.
Y cuando vuelva, si vuelvo, lo haré con otra mirada. Eso seguro.
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