Dicen que los tiempos nunca son buenos o malos, sólo son contabilidad de horas y días, los hombres y sus episodios sí que pueden adjetivarse, ... a veces negativa y muy merecidamente. En medio del laberinto europeo, con su 'woke', quizá agonizante, su 'brexit', que aún rezuma una cierta disidencia y un liderazgo débil y cambiante, la llegada de Trump es la salsa de todas las ensaladas. Entre los análisis de estos días, muchos entreguistas se conforman con entonar auténticas epístolas de autoacusación y arrepentimiento, casi no guardan argumentos para que podamos seguir existiendo. Sin embargo, estamos aquí y que haya posiciones, acciones y actitudes no defendibles de nuestros altos representantes no puede implicar que decidamos rendirnos y dejarnos arrasar. A veces es necesario ordenar pensamientos y matizar la realidad, algo mucho más complejo que el mero hooliganismo de estar en contra o a favor de un movimiento o un equipo. Buscando luz, no cabe duda de que las elecciones alemanas van a ser determinantes a la hora de abordar el inmediato futuro. Atrás han de quedar las tentaciones de convertir a la UE en un parque temático de impuestos, cortapisas y algunas autoexigencias por encima de ver probada su eficacia. Si Europa quiere sobrevivir ha de ser muchas cosas, pero también competitiva. Imprimir dinero, poner fecha de caducidad a nuestra industria automovilística, incidir en peregrinas teorías de restauración de la naturaleza, tanto contra la agricultura como frente a las infraestructuras hidráulicas y otras corrientes más que opinables, no pueden ser la senda obligada. Quizá sea una de esas «horas de la verdad», uno de esos momentos en los que tomar importantes decisiones, repensar nuestro papel y determinar acontecimientos. Por una vez, hay que ir más allá y pensar más en la conveniencia de los europeos, en la defensa de sus intereses sin experimentos ni esfuerzos innecesarios, sin extravagancias ni impostaciones. Afrontemos la realidad, el rabillo de los tapones de las botellas es sonrojante, casi tanto como la reciente aprobación del consumo humano de las harinas procedentes de determinados gusanos y de ciertos insectos. No parece que ninguno de estos «logros» estén basados en demandas populares, lo del «rabillo», bueno, insignificante, pero puede que bien intencionado, pero de larvas e insectos... Ni culturalmente tiene encaje ni la necesidad lo ha demandado, ya podrían dedicarse esfuerzos a otras cuestiones, ésas sí, presentables, que, al menos, no tengan un extraño tufillo a negocio, capricho, excentricidad o pastoreo ideológico realmente inadmisible. Recordemos, como pepito grillo, que la estructura político-administrativa de la UE trabaja para los ciudadanos, no al contrario y que no tiene el encargo de hacer «inventos» ni asumir en nuestro nombre corrientes o conductas ajenas sin que nadie las demande.
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